RETRATOS DE MUJERES 467
Sin embargo, se tranquilizó pensando que todas las con- versaciones y todos los pensamientos habían tenido por motivo a M. Pontivy, su llamamiento, o al menos la con- servación de los bienes y del honor de la casa. Y ocurría que este pensamiento, comenzado por M. de Pontivy, no conducía más que a hacer admirar todo lo que había de delicado en la conducta de M. de Murcay, que amándola (ella no podía dudar), obraba sinceramente por la vuelta de su rival. Mas esta idea del rival la hacía exaltarse, viendo el peligro. Lo que no impedía que en la próxima visita, no queriendo hablar con M. de Murcgay sino de los medios de salvar al ausente, lo olvidaba insensiblemente del todo para gozar del encanto de la conversación tan atenta y tan suave, tan varia y tan agradablemente con- ducida,
Luchaba en vano contra una pasión de la que no se suponía capaz y que ya descubría formada en ella. Sufría y su salud se alteraba; pero cada día, su languidez cre- ciente, en los rasgos un poco pálidos, redoblaba la gracia.
La primavera acababa de llevarla a una tierra alejada con su tía, cuando M. de Murcay que se había quedado en París hasta la terminación del asunto, llegó un medio- día de mayo para anunciarle el resultado. Las señoras es- taban en el jardín y allí fué a buscarlas, No hizo más que saludar en el camino un momento a Madama de No- yón, a quien una visita llamaba al salón, y se encontró solo en presencia de Madama de Pontivy, «ue no le espe- raba, sentada o más bien acostada en un bunco, al pie de una estatua del Amor que parecía sacudir sobre ella su llama, y en una actitud que causaría envidia a las ninfas. La pudo ver -algunos instantes sin que ella se diese cuenta de su presencia. Al oír su voz comenzó a balbucear toda turbada. “Llego, le dijo, la gracia completa ha sido des- echada. Tenemos que someternos al destierro por toda la vida. He aquí toda nuestra amnistía. A este precio los bienes son conservados”. —¡El destierro! —dijo ella indi-