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476 MADAMA DE PonTIVY

frío, en el que que brillaba la luna naciente, comprendió que había llegado el otoño y preguntaba a aquel cielo pá- lido y a la noche, si era también el otoño del amor.

Había momentos más sombríos y desesperados, y éstos tenían lugar cuando el silencio de Madama de Pontivy se prolongaba mucho tiempo. Erraba por los sitios desiertos no sabiendo decirse a sí mismo más que estas palabras: “;Dejadme, todo ha huído” Y para continuar su queja, ha- brían faltado las lágrimas de Orfeo.

Lo que escribía de esto a Madama de Pontivy no reci- bía más que respuestas buenas y raras, pero cada vez demostrando mavor desaliento. Al acabar el otoño. volvió a París. y esoeraba para presentarse en casa de Madama de Novón, cuyas relaciones se habían enffiado, una vala- bra, una señal de Madama de Pontivy. Pero nada. Ya se iba a aventurar a una resolución, cuando una noche, al entrar en casa de Madama de Ferriol, encontró entre los asistentes a Madama de Noavón y a su sobrina, que ya estaban también de regreso. Su primera mirada fué para Madama de Pontivy y contuvo mal su emoción.

Estaba rodeada de mujeres, cerca de la chimeriea, y parecía muy entretenida para prestarse a un diálogo con él. No se movió de su sitio. Después de más de una hora de espera, de conversaciones tontas y frívolas, y des- pués de haber hecho una paz suficiente por el momento con Madama de Noyón, M. de Murcay, yendo derecho a Madama de Pontivy, siempre rodeada, le dijo bastante alto para que su vecina pudiese oírlo, que deseaba hablarla algunos instantes de lo que ella sabía, y que le rogaba se los concediese antes de marcharse. “Ciertamente” —con- testó Madama de Pontivy, y la vecina, que había com- prendido a medias, se levantó algunos momentos después. Monsieur de Murcay se apresuró a ocupar su puesto sen- tándose al lado de aquella de quien no podía creerse des- unido, y comenzó a hablar en los términos apasionados que el lugar permitía y devorando sus lágrimas: “¡Cómo! —le