juicios hechos hace veinte años, por los profesores del Ateneo; y si se declara guerra sin cuartel a muchas reputaciones injustas, en revancha, nunca sabríamos venerar demasiado a estos tres escritores inmortales que dieron a la literatura francesa un carácter original, y que le aseguraron hasta hoy una fisonomía única entre todas las literaturas. Molière ha extraído del espectáculo de la vida, del juego animado de las dislocaciones y de las ridiculeces humanas, todo lo que se puede concebir de más alto y de más fuerte en poesía. La Fontaine y Madama de Sévigné, en un escenario más restringido, tuvieron un sentimiento tan fino y tan exacto de las cosas y de la vida de su tiempo, cada uno a su manera; La Fontaine más cercano a la naturaleza, Madama de Sévigné más unida a la sociedad; y este sentimiento tan exquisito y refinado se refleja tan vivamente en sus escritos, que ambos alcanzan el mismo nivel muy poco por debajo del de su ilustre contemporáneo. Queremos ahora hablar de Madama de Sévigné y parece que todo está dicho. En efecto, los detalles están casi agotados; pero creemos que hasta el día ha sido observada demasiado aisladamente, como se ha hecho con La Fontaine, con el que tiene tanta semejanza. Hoy, que estamos lejos de aquella sociedad, de la que Madama de Sévigné nos mostró su faceta más brillante, y que se dibuja más netamente a nuestra vista en conjunto, es mucho más fácil, a la vez que más necesario, asignarle a la ilustre escritora su categoría, si importancia y sus frutos. Sin duda por no haber observado esto, y por no haber tenido en cuenta la diferencia de época, varios distinguidos escritores de nuestros días parecen inclinados a juzgar con tanta ligereza como rigor a uno de los más deliciosos ingenios que han existido. Nos consideraríamos dichosos si este artículo ayudase a disipar algunas de esas prevenciones injustas.
Se ha vituperado con saña los excesos de la Regencia; pero, antes de la regencia de Felipe de Orleáns, hubo otra