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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo IV (1820).djvu/353

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SENADO CONSERVADOR

tar nuevas tropas, que conserven su tranquilidad interior i prevengan toda invasion esterna, pues no ha salido del estado de belijerante. Por ellos es que ha proyectado V.E. la formacion de los nuevos cuerpos de línea, para cuya disciplina i organizacion debe campar dentro de un mes el jefe de estado mayor con todo el ejército a una legua i media de esta capital; debe desde ahora ese mismo jefe contraerse esclusivamente al ramo de la guerra, vivificando los establecimientos militares de maestranza, elaboratorios, etc., arreglando las milicias i dando movimiento a todo cuanto diga relacion a poner la República en el mejor estado de defensa. En tales circunstancias, juzgo que complicar i recargar sus atenciones con las del Gobierno-Intendencia i alta policía, seria irrogar a la República un daño enorme en el atraso o parálisis de sus mas interesantes negocios por el estéril logro de uno o dos sueldos que podrían ahorrarse. Ahora es tiempo de crear, Excmo. Señor, i de metodizar por nosotros mismos los diversos ramos del sistema de la guerra, que, conservando la respetabilidad de la República, selle con un justo arreglo las glorias de que se ha coronado. El jefe del estado mayor, desde su campamento o desde el punto militar que ocupare, según que convenga a los intereses del país, no podrá dar curso a las atenciones políticas de las otras majistraturas, ni tampoco un sustituto las despacharía con la actividad, método i empeño que lo haría un propietario. Por estos principios creo que es incompatible (a lo ménos, miéntras dure la guerra) reunir al estado mayor los despachos de la Intendencia i de la policía. De varios ejemplos que podría citar a favor de mi opinion, recordaré solo el del Jeneral San Martin, que, siendo Gobernador-Intendente de Cuyo, dejó el mando político por contraerse a la organización del ejército de los Andes, luego que fué investido del jeneralato; el presidente Marcó, en los últimos tiempos de su tiranía, delegó la mayor parte de su autoridad militar en el subinspector jeneral de armas, de lo que hai justificados documentos en mi secretaría.

Permítaseme observar igualmente que parece no existe un justo pararelo entre el intendente de Concepcion i el de Santiago: aquél es en el hecho un jeneral en jefe mas bien que un majistrado político, porque, hallándose aquella provincia desgraciadamente aun con las armas en la mano, nada pesa en su consideracion todo lo que no tiene una inclinacion directa hácia la guerra en que, como jefe de las armas, está hoi empeñado.

Al contrario, la provincia de Santiago goza de tranquilidad, i sobre la Intendencia i la polícía gravitan multitud de asuntos que la quietud misma que disfrutan los pueblos, hace producir incesantemente. Urje, por otra parte, aprovechar ese feliz sosiego para organizar las tropas que aun faltan al complemento de la dotacion que corresponde a Chile, i ello es la obra de un jeneral que a toda otra cosa desatienda.

Mui sábia me parece la determinacion de que haya un auditor jeneral que despache cerca del Gobierno, i otro particular del ejército cerca del jefe del estado mayor, i que ámbos cargos se confieran a dos letrados que gocen empleo público, suministrándole una pequeña aleada para gastos de escritorio. El que despachare con V.E. puede ser el rejente; pero no para entrar en acuerdos con la suprema autoridad, sino para servirla en clase de auditor, según i como prescriben las leyes militares. Un oidor de la audiencia de Lima es auditor del virrei del Perú, i la distancia entre la autoridad suprema de V.E. i la limitada de aquel Rajá, casi no tiene punto de comparacion. El auditor del jefe de estado mayor puede ser mui bien el asesor de la Intendencia o el fiscal del crimen.

Yo he cumplido dando mi dictámen, conforme el supremo decreto de V.E., en que me manda informar. —Ministerio de la Guerra i Marina en Santiago, Setiembre 12 de 1820. —Excmo. Señor. —José Ignacio Zenteno.


Núm. 495

Excmo. Señor:

Considerando la falta que hace en esta capital un profesor de medicina i cirujía, como el español don Manuel Julián Grajales, lo he hecho examinar con el primer Ministro de Estado, sobre el motivo de no haber pedido carta de ciudadanía. Ha contestado con toda la franqueza de un hombre honrado, que él vino de España con la comision honrosa de la propagación de la vacuna, con encargo de dar cuenta de ella i de las observaciones que hiciese del clima, del reino vejetal i de otros artículos de su profesión; que en efecto ha dado cuenta por buques ingleses, i está resuelto a publicar una relacion de los preciosísimos descubrimientos que ha hecho durante su larga mansion en Chile, en objetos de su profesion. Que ama con tal predileccion este país, que piensa ir a España solo con el fin de volver con una preciosa librería para cederla a favor de la Biblioteca pública, i establecerse en Chile para siempre, pues en Chile se ha formado un médico cirujano, habiendo salido de España solo de 25 años i con buenos principios. Que conoce la justicia de la causa de América; i en el momento de que cualquier potencia estranjera reconozca su independencia, no solo pedirá la carta de ciudadanía, sino que gastará mil pesos en un sarao, felicitándola.

Es bien conocido el carácter de probidad de este individuo, i que, si no ha manifestado de un modo público esa adhesion que protesta, i debe creérsele por la injenuidad con que se produce, la comprueba con no haber hecho mal alguno a los patriotas, como lo hacían jeneralmente sus paisanos, en el tiempo que ocupó el enemigo el país. Si todos los españoles obraran como Gra