trales, de las rivales, es un arcano impenetrable a esta distancia. Su situacion, sus intereses se complican cada dia, i las noticias que nos llegan vienen tarde i desfiguradas. El modo de pensar de los gobernadores de nuestras provincias debe ser tan vario como las reglas que cada uno se proponga. Son hombres. Unos con severidad dura, otros con dulzura tímida, todos con afectacion, exasperan los ánimos de los buenos i pacíficos ciudadanos, o insolentan a los, malos i turbulentos. Con una autoridad caduca o viciosa en su oríjen, tratan de conservarla a cualquiera costa, prefiriendo para sostenerla el indecoroso medio de fomentar noticias finjidas al de tenernos prevenidos para resistir algun inesperado ataque que nos pierda para el rei i la nacion.
Debemos ser cautos sin baja malicia; debemos ser fieles sin acre fanatismo. Desterremos de nuestros corazon es las injuriosas sospechas; pero fiemos solo en nosotros mismos. No supongamos, pero recelemos que puede haber en América hombres capaces de imitar al falso aliado, al favorito ingrato, a los ministros proditóres, a los jenerales traidores; i no descansemos sino sobre los que no pueden en ningun caso seguir sus abominables huellas. No creamos que hai hombres que por mantener sus empleos nos venderán a una nacion que los continúe por un mérito que pueden labrar a nuestra costa; pero no es imposible de que los haya. No tenemos motivo de presumir que ningun depositario de la real autoridad quiera apropiársela; pero no olvidaremos que, durante la guerra de sucesion, varios gobernadores en América esperaban el éxito para conducirse como los jeneral es de Alejandro Magno despues de la muerte de su monarca, dividiendo entre sí sus conquistas. La ambicion nada respeta; i, por desgracia, es un principio que rara vez dejan de cometerse los delitos que impunemente i con ventaja pueden ejecutarse. Oimos cada momento que otras provincias del mismo continente, i que aun conservan alguna correspondencia con la Europa, se conmueven por motivos semejantes a los que aquí nos sobresaltan. Situadas aquellas precisamente en las únicas vias por donde podemos saber el estado de la Península o los preparativos de las potencias, vivimos en un verdadero caos, i nuestra vista solo alcanza al reducido horizonte, formado por impenetrables tinieblas, que tal vez habria disipado, pero tarde, una sorpresa esterior, o un volcan que reventase bajo nuestros piés. Pregunto con el mas injénuo candor, en este triste estado, en esta oscuridad, en este letargo ¿qué debia hacer Chile? Interpelo al mismo desgraciado Fernando, a la nacion entera, a los sabios de todos los pueblos, a la austera posteridad ¿debia indolentemente esperar el golpe fatal que lo hiciese perder su relijion, su rei, su libertad? ¿o debia dar un paso que lo cubriese de estos riesgos, paso legal, justo, necesario, semejante al que dieron las provincias de la Península, i al que deben la conservacion de su expirante existencia i su honor, con solo la diferencia de que aquellas no pudieron hacerle con una anticipacion, arreglo i serenidad que habria asegurado un éxito digno de tan laudable resolucion; paso a que el órden, el peso mismo de las cosas, o, mas propiamente, la providencia (es preciso confesarlo) le ha conducido? Sin que precediesen aquellas convulsiones que acompañan los sucesos estraordinarios, aquellas contenciones que deshonran las acciones mas buenas, se vió ejecutado un plan que deberia ser el fruto de largas combinacion es i cálculos. A un tiempo mismo un millon de personas piensan de un mismo modo i toman un a misma resolucion. Tal es la fuerza de la verdad que, cuando no la perturban las pasiones, se hace sentir del propio modo a los que la escuchan sin los prestijios de la preocupacion i exentos del in flujo, o del interes mal entendido, o del ajeno engaño. A una voz todos los vivientes de Chile protestan que no obedecerán sino a Fernando; que están resueltos a sustraerse a toda costa a la posibilidad de ser dominados por cualquiera otro, i a reservarle estos dominios, aun cuando los pierda todos. Conoce ni sienten en sus corazones que son incapaces de otros pensamientos; que pueden sostenerse, porque siempre estarán unidos; i, tomando sobre sí los riesgo si fatigas de una empresa de que solo creen digna su lealtad, la fian a ella sola. ¿Ni cómo podrian sin delito fiarla a otro? El ministro plenipotenciario de España en los Estados Unidos de la América Setentrional avisa con repeticion que el enemigo tiene mas de quinientos emisarios entre nosotros, destinados a seducir principalmente a los jefes, i especifica los nombres de treinta i siete españoles, designando el lugar de su nacimiento i de su infame comision. Observábamos un silencio sospechoso en los gobernadores que, notados de intidencia, léjos de vindicarse solo contestaban con las bocas de los fusiles, con dicterios i suplicios. Ni aun se dignaban de darnos parte de las medidas que tomaban para nuestra seguridad, ni nos permitian discurrir sobre los medios de afianzar nuestra suerte i mantenernos por la madre patria entre las convulsiones que padece. La tolerancia de tanto misterio i de un despotismo nunca ménos oportuno, nos habria calificado justamente delincuentes, o de hombres estúpidos nacidos para la servidumbre; i nuestra sumision se habria calificado de indolencia, nuestra misma lealtad desnuda de aquel mérito que nace de la eleccion, discernimiento i firmeza. Confiar es poner en manos de otro sin mas seguro que la buena opinion que se tiene de él; si no la teníamos, si no debíamos tenerla de los que la exijian con dureza, i con aquella altanería que suele ser síntoma de la debilidad o de falta de justicia ¿por qué no debíamos desconfiar? Nuestra apolojía no debe ocuparnos por ahora. Ella se formará del tiempo, del éxito de las verdardes que manifestará el curso de los negocios, del testimonio ínu