mo de nuestras conciencias. Sobre todo, nos justificará a los ojos del mundo entero, del rei, de la nacion i del tiempo imparcial, nuestra conducta posterior.
Esta toda debe, pues, terminarse al servicio del soberano, primer individuo de la patria; a la seguridad de ésta i su prosperidad interior; a la conservacion de su honor, que solo puede conseguirse por la integridad de sus relaciones esteriores, por el órden que reine dentro i por las ideas de virtud que ministre en otras partes la presencia de nuestros conciudadanos. Nuestra posicion es pacífica: por el norte, estamos separados por un desierto apénas transitable; al oriente, los helados Andes nos sirven de barrera; al sur, el terrible cabo de Hornos nos defiende; al poniente, el mar Pacífico; i en el centro, el valor, union i frugalidad de nuestros naturales. Todo aleja de nosotros el riesgo de ser atacados, i el peligro de ser tentados del espíritu de invadir, pisando las leyes de la naturaleza i buscando la infeliz suerte de los conquistadores. El no poder dilatar nuestro territorio, este coto a nuestra ambicion, es la primera de nuestras dichas. No seremos jamas agresores sin forzar los términos a que nos limita el gran regulador, el supremo árbitro de los destinos. Respetemos sus adorables designios, tan perceptibles en el órden físico como en el moral, tan al alcance de los sentidos como al de la razono. Reconozcamos su proteccion en cada paso, en cada una de las innumerables ocurrencias que han acompañando a este gran movimiento i que le han dado toda la dignidad imajinable; pero guardémonos de entregarnos a una segurid ad funesta.
Nuestra probidad nos adquirirá sin duda la consideracion de las naciones; pero no es prudente esperar que todas imiten nuestra conducta justa i moderada. Tratemos a nuestros amigos sin olvidar que podemos tener la desgracia de perder su amistad. Nunca será ésta mas firme que cuando sepan que no pueden impunemente quebrantar sus leyes, o que vean que nuestra templanza no nace de la debilidad i que su ambicion se estrellará en el muro de bronce de nuestro patriotismo i disciplina.
Estas grandes i nobles miras solo tendrán un feliz i constante resultado, si podemos llenar el augusto cargo que nos han confiado nuestros buenos conciudadanos; si acertamos a reunir todos los principios que hagan su seguridad i su dicha; si formamos un sistema que les franquee el uso de las ventajas que les concedió la exhuberancia de la naturaleza; si, en una palabra, les damos una constitucion conforme a sus circunstancias. Debemos emprender este trabajo, porque es necesario, porque nos lo ordena el pueblo depositario de la soberana autoridad, porque no esperamos este auxilio de la metrópoli, porque hemos de seguir su ejemplo, sí, su ejemplo... Sabemos que al mismo tiempo que los españoles buenos vierten mares de sangre para restituir a su rei al sólio, preparan para presentarle a su vuelta una constitucion que, siendo el santuario de sus inmunidades, evite la repeticion de los horrores en que ha sumerjido a la nacion el abuso del poder i la restituya al goce de los derechos inajenables de que estaba privada. Para esto fueron citados los americanos de un modo vario, incierto, frio i parcial. No han podido concurrir, no creen que se haga allá, i sí que están en el caso de realizarla aquí a presencia de los objetos, i de cumplir franca i liberalmente el deber o de los ministros i consejeros que pagan los reyes para que les dijesen verdades que tenian interes en callar. No os intimide la suerte de los grandes pensionarios Barnevelt i De Wit, i, si os toca, sereis tan ilustres como ellos. No os retraiga la magnitud de una obra en que se emplearon Solon, Licurgo, Platon, Aristóteles, Ciceron, Hobbes, Maquiavelo, Bacon, Grossio, Pufendorff, Luke, Bocalino, Moren, Bodin, Hume, Gordon, Montesquieu, Rousseau, Mably i otros injenios privilejiados, dejándonos solo la idea de que no hai un arte mas difícil que el de gobernar hombres i conducirlos a la felicidad, combinando sus diversos intereses i relaciones. La misma sublimidad de sus talentos, su propia perspicacia les presentó escollos que todos no divisan; la complicacion de necesidades, preocupaciones, costumbres i errores formaban un verdadero laberinto. Así, podemos afirmar, para confusion de la orgullosa sabiduría, que sus mas fuertes atletas deben ceder el paso a los que, siguiendo humildemente las antorchas de la razon i la naturaleza, penetrados de amor a sus semejantes, observando modestamente sus inclinaciones, sus recursos, su situacion, su índole i demas circunstancias, les dictaran reglas sencillas que afianzaron el órden i seguridad de que carecen las naciones mas cultas. La docta Grecia, los estudiosos alemanes, los profundos bretones jamas tuvieron constituciones tan adecuadas como la pobre Helvecia o como los descendientes de los compañeros del simple Penn. Otras carecieron absolutamente de este símbolo de sus derechos i sucumbieron a la anarquía, i despues al despotismo. La inmortal Roma, que dió leyes al mundo, i cuyos inmensos códices aun sirven de oráculos, pereció por falta de una constitucion. La Inglaterra apénas tiene la suficiente para vivir en un mar, siempre alterado entre los embates de una libertad aparente i un despotismo paliado. La Polonia vió como un sueño desaparecer una que le habria conservado en el rol de las naciones. La Francia perdió las que habia labrado a costa de los sacrificios mas horrendos. Otras naciones creen tenerla en algunos privilejios que han arrancado a tal cual déspota débil. Otras ni aun tienen nociones de esta piedra de toque de los derechos del hombre, de este talisman, de esta brújula, instrumento pequeño sí, pero precioso, únicamente capaz de guiarnos hácia nuestra prosperidad. Por una fa