Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XVI (1828).djvu/166

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
160
CONGRESO CONSTITUYENTE

humano. Según mi propia esperiencia, tengo fundadas razones para esperar que, si son obserdas, la mortalidad disminuirá considerablemente en esta ciudad.



de la policía municipal

La ciudad de Santiago, elevada centenares de piés sobre el nivel del mar, rodeada de un alto i majestuoso cordon de montañas, regada por infinitas corrientes de agua, favorecidos sus campos vecinos con varias fuentes medicinales i socorrida con toda clase de hortalizas i frutos, parece que la naturaleza la hubiera destinado vara ser la mansión de un pueblo que gozase de la posible felicidad terrestre i de la mayor lonjevidad humana. Con todo, mirándola con ojos ménos deslumbrados i examinando con filosófica escrupulosidad su policía interior, encontramos que solo es hermosa en la apariencia i que la mayor parte de sus funciones las debe a las fértiles campiñas que la rodean.

Comparando la robustez de los campesinos con la de los ciudadanos aparecerá la salubridad de Santiago en su verdadero punto de vista. Visitando las haciendas vecinas nada atrae tan agradablemente nuestra atención como el sano i tranquilo aspecto de sus moradores. Los corredores cuidados no surcan con ásperas amigas su frente, ni su ájil figura demuestra alguna privación de los mejores preservadores de la existencia como el aire i el ejercicio. Sus alegres rostros, sus miradas, su marcha, todas sus acciones i movimientos advierten su sanidad i que todos los órganos de su máquina desempeñan propiamente sus ordenadas funciones. En invierno i el verano, la estación seca o húmeda, causan el mismo efecto sobre sus rústicas constituciones; ellas solo ceden a la inexorable guadaña del tiempo o a la destructora influencia de algun ejercicio corporal violento. En el campo todo es fragancia; las humildes rabanas son limpias i bien ventiladas; su habitador se acuesta en su duro pero saludable lecho i se levanta por la mañana lleno de frescura i vigori exento de enfermedades. No encuentra en frente de su puerta inmundicias amontonadas, o si las hai el benéfico soplo del céfiro las ha purificado. Estrechas calles no le privan de respirar libremente el aire atmosférico, ni aguas detenidas perturban con sus nocivos i pestíferos vapores el tranquilo i puio curso de su sangre. Tales son las delicias del campo, tales las causas que proporcionan salud i laiga vida a sus habitantes. ¿Los de la ciudad disfrutan de estas circunstancia? ¿Están tan libres de enfermedades como aquellos? Nó, sus pálidos i túrbidos rostros, sus abatidas frentes, sus lánguidos ojos, i su hastío a todo ejercicio corporal o menta, manifiestan al intelijente observador que sus fluidos vitales ha perdido su natural fuerza i que las semillas de alguna oculta enfermedad están secretamente jerminando en su sistema. Hemos observado ántes, que raras veces encontraos en los campos ese enfermizo aspecto i que mui pocas se pide la asistencia de los médicos. El melancólico reverso de estos hechos se ve todos los dias en Santiago. Escasamente pasará uno sin que se presenten a nuestra vista los tristes efectos de alguna desastrosa enfermedad. Cada casa parece un hospital i cada hospital un lúgubre teatro de las mas espantosas dolencias con que el hombre puede ser atormentado. Si existe pues tan palpable diferencia entre la salud del campesino i del ciudadano, es necesarísimo e importante deber nuestro inquirir las causas de que procede esta diferencia. Pero al entrar en esta averiguación, la primera cosa que atrae nuestra atención es la policía. La mas superficial inspección de ella será bastante para convencer a los mas interesados, como a los indiferentes observadores, que esta es la principal i constante fuente de donde nace la mayor parte de las enfermedades. Las calles, a excepción de unas pocas, están mui mal empedradas o solo tienen por todo pavimento la blanda tierra: las acequias sin duda destinadas en su oríjen a refrescar i limpiar la ciudad son ahora espectáculos de toda clase de inmundicia i no teniendo salida cómoda, mueren al rededor de la poblacion en infeccionados charcos, eternos laboratorios de putrefacción. Las calles atravesadas permanecen en tan reprensible abandono, que es imposible marchar por sus veredas sin tropezar con asquerosas suciedades i sin cubrir con ambas manos o con los pañuelos los canales de la respiración. Los suburbios en que reside la dase mas pobre i numerosa de la comunidad se hallan tan cargados de basura i lodo, que es dificil transitarlos aun a caballo. En casi todas las calles hai estrechos cuartos habitados por los artesanos i sus familias, donde no es laro encontrar siete u ocho perdonas amontonadas con perros i gatos que satisfacen allí mismo todas sus naturales necesidades i sin otro conducto para alumbrar i ventilar este hato que las solas puertas. Tal es el verdadero retrato de la policía de Santiago. Para convencer al curioso lector de su exactitud, nos referiremos a las acequias de las calles i casas; a esos montones de materia de putrefacción en las calles atravesadas; a esos hondos bairiales i pantanos i a esos aislados i encerrados posentos que habita la clase trabajadora i pobre. Antes de entrar en la relacion de los perniciosos efectos que deben producir estas causas en todos los habitantes, i principalmente sobre los de esos departamentos que hemos indicado, no pirecerá importuno a nuestros lectores que les demos un breve bosquejo de la impórtame función de la respiración i de algunos fenómenos que le son anexos. La respiracion se mantiene por una córreme de aire que alternativamente se aspira i espele del pecho. Esta operacion sirve en el hombre a importantísimos destinos i entre otros a comunicar sus ideas por medio de la palabra i a arrojar de su