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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XV (1827-1828).djvu/36

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COMISION NACIONAL

las milicias i con ellas i el número 1 se encaminó al cuartel de los Cazadores; estos últimos le salieron al encuentro, i al tiempo de partir para Santiago el conductor de estas noticias, se habia roto el fuego; ya se veia conducir por las calles muertos i heridos i entre éllos algunos oficiales de los Cazadores.

Lo que importa saber es si el ardiente deseo de apaciguar el movimiento, no ha hecho tomar medidas precipitadas; si los Cazadores atacaron o fueron atacados; en fin si de hombres abandonados al primer ímpetu del furor que debia producir en éllos el citado decreto i a quienes hubiera sido quizá fácil reducir al verdadero camino, lisonjeándolos con la esperanza de que el Gobierno prestaria oido a sus reclamos, se les ha forzado a ser criminales, empleando medios de rigor.

¿Se nombrará ahora una comision encargada de hacer una sumaria i de proceder al juicio de los culpables?. ¿No es de temer que la causa de los Cazadores venga a ser la de todo el ejército? ¿Qué jueces condenarán a unos hombres que reclaman lo que se les debia? I sobre todo, si ha terminado ya el plazo de seis meses que se les habia señalado para continuar su servicio, ¿pueden estar sujetos al imperio de la lei militar?

Dejemos estas cuestiones i pasemos a lo sucedido en Santiago despues de la llegada de estas noticias.

Se sabe que el Gobierno dió órden a los jefes que momentáneamente residen en la capital para que se pongan al frente de su cuerpo a la mayor brevedad. Detengámonos un momento a considerar en sí misma esta órden sin ocuparnos de la forma en que fué concebida.

¿A qué han venido a Santiago los jefes de los cuerpos? ¿a pasearse? nadie podrá creerlo. ¿Luego, los ha traido algun otro motivo? Sin la menor duda. Ellos han venido a hacer presente a la administracion, la horrible situacion en que se halla la tropa; han venido a buscar con que mantener i vestir a unos bravos que acababan de hacer una campaña en medio de las cordilleras. ¿Ha dado el Gobierno oidos a su solicitud? No diremos que la haya recibido mal, pero palabras no son plata; se contentó con esponer la escasez del Erario i hasta ahora no se les ha dado medio real! ¿I a estos mismos jefes da la órden el Gobierno para que vayan a incorporarse a sus banderas? ¿Qué irán éllos entonces a decir a sus soldados? ¿que está exausto el tesoro público? ¿que no hai esperanza alguna? ¿que deben someterse irrevocablemente al decreto? ¿I los soldados quedarán satisfechos con esas palabras?

Si al menos llevasen algun socorro, alguna cantidad de dinero para el sueldo o alguna porcion de paño para vestuarios, pudieran tranquilizar el espíritu del soldado. ¡Pero nó! ¡Se les da la órden espresa que partan inmediatamente! Para poder mandar i ser obedecido es preciso llenar sus obligaciones; las del Gobierno respecto de la tropa i de sus jefes son las de pagarles; si no se les paga, no es esponerse a ser desobedecido? ¿En lugar de dar órdenes tan terminantes, no hubiera sido mejor llamar a los oficiales a una especie de consejo de familia?

Si se manda a los jefes para mantener el órden i la disciplina es preciso que tengan a su disposicion los medios de establecer dicho órden i disciplina; estos medios no pueden ser ahora las palabras o las varillas sino la plata. Sobre todo debe evitarse que a su regreso puedan decirles sus soldados que han descuidado sus intereses en Santiago por ocuparse solamente de sí mismos. Que han recibido sus sueldos cuando por el contrario no se les ha dado medio real. I qué otra cosa ha de pensar la tropa al verlos volver con las manos vacías? Para que la tropa no piense de ese modo es preciso prevenirle que así los reclamos de los jefes como los que hicieron por sus cuerpos han sido desatendidos hasta ahora, quizá por justos motivos.

Lo que hai es que para remediar en algo el mal que ha producido el decreto se le debe anular al ménos en lo que respecta a los militares. I si se hubiese querido que este decreto produjese efectos ménos desastrosos era necesario empezar por pagar los meses de Mayo, Junio i Julio; empeñarse en satisfacer exactamente el sueldo corriente; en tal caso los jefes habrian podido decir a sus soldados:

"Compañeros, la patria hace por vosotros cuanto le es posible, no le pidais mayores esfuerzos porque no puede hacerlos; vosotros, acostumbrados a sacrificaros por ella, haced este último sacrificio. Ahí teneis lo que os manda: dos meses de sueldo, la promesa de ser pagados regularmente en lo sucesivo i paño para vestiros. En lo tocante a la consolidacion seguiremos todos la misma suerte."

Pero los jefes no podrán usar este lenguaje, sino que al contrario dirán: "Compañeros, el Estado consolida vuestra deuda, nada os traemos por ahora; compañeros, paciencia i viva la patria!"

¿Entenderán los soldados este último lenguaje? Lo dudamos, pues que tenemos presente un antiguo proverbio que dice: Barriga hambrienta no presta oidos.

Finalmente, estamos amenazados de nuevas convulsiones; preciso es tratar de evitarlas; preciso es abandonar esos pequeños medios que solo son buenos para pequeños hombres de Estado; basta ya de invisibilidad i de secreto; basta de consejero; la Nacion por sus órganos es a quien debe llamarse a los consejos; tiempo es ya de pensar en sus intereses i sobre todo consultar la opinion, lo que hasta ahora no ha creido deber hacer la administracion, persuadida vanamente de su infalibilidad.

La administracion del señor Eyzaguirre, entorpecida por todas partes, no fué mui ruidosa, pero