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CÁMARA DE SENADORES

o mala conducta. El honor del sexo, en particular, es de una naturaleza tan delicada, que nunca puede haber un exceso de precaucion en substraer a la malignidad ciertos deslices que acarrearían presentados al público, una pena mui superior al delito, hiriendo vivamente la sensibilidad i mancillando para siempre la reputacion de una mujer incauta, víctima talvez de una seduccion infame. El rapto, el incesto, el adulterio exijen igual reserva por el ínteres de las costumbres. El ánsia con que se vé esta especie de causas prueba demasiado que las revelaciones escandalosas exitan mas curiosidad que repugnancia. ¿I qué provecho se seguiría de rasgar el velo que cubre unos desórdenes cuyo mayor mal consiste en la notoriedad? Convenimos pues en que si los tribunales deben considerarse como escuelas de virtud i moral públicas, es necesario cerrar sus puertas a las mujeres i a la juventud en aquellas causas que pudiesen ofender la decencia i herir el pudor.

"7.° Pero, la mayor importancia de la publicidad es con respecto a los jueces. Ella les es necesaria como estímulo en una carrera llena de deberes penosos, en que han menester toda la actividad del espíritu, i en que un solo descuido puede hacer triunfar la injusticia, o prolongar los padecimientos de la inocencia. Les es necesaria como freno en el ejercicio de un poder de que tan fácilmente puede abusarse. La publicidad no muda el carácter pero lo reprime. Delante de un auditorio numeroso no es fácil que un juez se abandone a su humor i ejerza aquel despotismo de conducta que intimida a los abogados i a los testigos, o aquella odiosa parcialidad que halaga a los unos i humilla a los otros, ante la continua presencia del público les enseñará a conciliar la dignidad con la moderacion. Fuera de estos saludables efectos sobre la esterioridad del juez, la publicidad los produce mui notables en la justicia de las decisiones. ¿Quién eludirá tantas miradas perspicaces i vijilantes? ¿Quién osará terjiversar en una marcha descubierta, en que se le observan i se le cuentan todos los pasos? Bajo este respecto ¿con qué podrá suplirse la publicidad? ¿Con apelaciones, visitas, inspecciones? ¿Con leyes severas contra los prevaricadores? Necesarios son sin duda, pero consultemos la esperiencia. En todas partes se han prodigado estos medios, i en ninguna han sido eficaces. ¿Qué significan esos recursos i esas penas? No hacen mas que avisar al juez inferior, que le conviene estar bien con el superior i conciliarse su gracia, i para estar bien con él ya se sabe que no le importa tanto administrar rectamente la justicia como administrarla del modo que le parezca mas a propósito para captarse su benevolencia. La condescendencia política será su primera virtud. Mas, para estar bien con el público, no hai otro medio que una conducta recta, el sufrajio nacional solo se consigue a ese precio. El espíritu de cuerpo hará siempre que un juez superior castigue con repugnancia los delitos de los inferiores, el público simpatiza solo con los oprimidos. Ademas, ¿de qué sirve apelar de un juez que puede prevaricar en secreto, a otro juez que puede prevaricar del mismo modo?

"Todos los hechos están de acuerdo con estos principios. Federico en Prusia i Catalina en Rusia, se dedicaron con un celo laudable a reformar los tribunales, a desterrar de ellos la venalidad, a vijilar sobre los jueces, a instruirse de los negocios mas importantes, a castigar las prevaricaciones manifiestas." Pero, sus cuidados produjeron poco fruto; sus buenas intenciones se frustraron. ¿Por qué? Porque faltaba a sus tribunales la publicidad i porque sin ella todas las precauciones son telas de araña.

"Dícese que se debilita el respeto a las decisiones de la justicia sometiéndolas a la opinion pública, tribunal incompetente por su ignorancia, sus preocupaciones i caprichos. Confesaremos sin dificultad que en la mayor parte de los Estados la porcion del pueblo que es capaz de juzgar es pequeña; pero la consecuencia que de esto debe deducirse es enteramente contraria a la que sacan los enemigos de la publicidad. El tribunal del público, dicen ellos, carece de luces para juzgar rectamente; quitémosle, pues, todos los medios de rectificar sus juicios. Se fundan en su ignorancia para despreciarle, i en este desprecio para perpetuar su ignorancia; círculo tan vicioso en la lójica como en la moral. Procediendo de este modo, se hace con la Nacion lo que el tutor criminal que, aspirando a ocupar el trono de su pupilo, le hizo arrancar los ojos para que la falta de ellos le proporcionase un medio legal de esclusion.

"Pero el tribunal popular, por inepto que sea, no se abstiene de juzgar. Querer impedirle que juzgue, es tentar un imposible; todo lo que puede hacerse es impedirle que juzgue bien. Los errores del pueblo, los estravíos de que acusa falsamente a los jueces, las ideas siniestras que concibe de los tribunales, su parcialidad hácia los acusados i su odio a las leyes, son únicamente imputables a los que suprimen la publicidad de los juicios.

"Cuando el público se abstiene de juzgar es cuando por un exceso de ignorancia o desaliento ha caido en una indiferencia absoluta. Esta apatía es el mas funesto de todos los síntomas. No es tan malo que el pueblo se engañe en sus juicios, como que deje de tomar Ínteres en los negocios públicos. Entónces cada cual se concentra, i el vínculo nacional está disuelto. Cuando el público dice de la conducta de los tribunales ¿qué me importa? ya no hai mas que amos i esclavos."

Hasta aquí el ilustre publicista británico. Su opinion es actualmente la de todas las naciones que han adelantado algo en libertad i civilizacion, i la confirma del modo mas decisivo la esperiencia de aquéllas que han adoptado la