Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXI (1831-1833).djvu/21

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reunir el ejército repartido en San Fernando, Rancagua, Valparaíso i Santiago, Chile habria sufrido lo que la imajinacion no alcanza a concebir. El triunfo de aquel partido del terror era inevitable por entonces. Entretanto, ¿qué hizo ni hubiera hecho después la opinion pública? Una resistencia miserable, i nada mas. Todos temblaban a un Gobierno dictatorial, algunos se mantenian indiferentes í los semblantes despavoridos anunciaban sus desgracias. Tal fué, en realidad, el estado del país, resignado a la humillacion, de el que lo sacó el virtuoso ejército del Sur, por un acto de patriotismo que no debemos olvidar para no ser ingratos. No estamos distantes de confesar que la opinion le ayudó inmensamente, cuando después del pronunciamiento de las provincias de Concepcion i el Maule uniformaron sus votos las demás de la República por un movimiento eléctrico que así podemos llamar; pero no neguemos que esta fuerza moral iba a ser sometida por la física que existia bajo las órdenes del ex-Presidente Vicuña i de las Cámaras refractarias, pues que contaban con injentes recursos. Por fortuna, los errores clásicos de aquellas Cámaras, sus intenciones de desorganizar el país, i la clientela que rodeaba al Gobierno del señor Vicuña, compuesta de hombres sin opinion i sin crédito, contribuyeron a aquel pronunciamiento. Como no siempre tendrán lugar sucesos tan notables i de tamaña consideración, no será tan frecuentemente esa uniformidad que nos salvó. Para no ser tan difusos, concluiremos deduciendo la consecuencia de que si no existen los medios de crear la opinion, tampoco la hai cual la deseamos al objeto indicado, i que la fuerza física no presta garantías sólidas de órden a mérito de las instituciones, sino por calidades personales de los individuos del ejército.

Los anteriores fundamentos nos han sido absolutamente precisos para entrar en la cuestion. Hemos querido hacer palpable nuestra situación política, para luego indicar la medida de crear la opinion pública i fomentarla del todo con resultados mui felices en nuestro concepto. Nosotros la encontramos en la amovilidad de los empleados a voluntad del Ejecutivo, para que así el Gobierno en su lucha defensiva, pueda resistir a los innumerables ataques del pueblo. Hiere pero escucha, decía Arístides, i nosotros pedimos audiencia antes del fallo, aunque las pasiones descarguen sus furias sobre nuestros descarnados cuerpos. Los empleados son en todas partes una columna firme i muí poderosa de los Gobiernos. Su interés los obliga a conservar una administracion de que depende su honor, sus influencias i su fortuna: si es destruida aquélla, mueren tambien sus ajentes. La oposicion se hace siempre por el amor a la gloria o por lucrar. En el primer caso, un Ministro que se juzga capaz de mejoras sustanciales, busca individuos de sus ideas que le secunden en la ejecucion de sus planes; i en el otro, con mas razon, hace un cambiamiento jeneral. El interés de acomodarse: este íntimo convencimiento es la causa que decide a todo empleado a la adhesion del Gobierno, trabajando en su sosten como por su felicidad individual. Se halla comprobada esta verdad en la historia de las naciones mas célebres, en sus partidos i consecuencias. Obsérvese la Inglaterra, i se encontrará que desde el Ministerio de Chatam, Pitt i aun antes hasta el actual han sucedido estas variaciones en los empleados. En tiempo del lord North, de William Pitt, de Fox, otra vez de Pitt, de Castlereagh i de Canning, se ha conservado esta práctica como indispensable al órden. La Francia hizo lo mismo cuando Chateaubriand, Villele i Portalis; últimamente los Estados Unidos en la administracion del jeneral Jackson, única que en el todo se ha cambiado, triunfando la oposicion. Hé aquí con la historia i los hechos de naciones mui libres, probada la necesidad de los cambiamientos, i con ella la otra de conservarse los empleados, haciendo las resistencias mas vigorosas para sostener la causa del Gobierno i evitar con la mutacion su ruina. No existe en aquellos pueblos un solo empleado que no sea decididamente comprometido con su Gobierno. Con este apoyo poderoso siempre se ha contado; pero en Chile ¿lo es? Si no es, ¿cómo debe serlo? Aquí es necesario hablar con un poco de franqueza, pese a quien pese, i degrádese quien tenga su conciencia manchada.

Chile ofrece un fenómeno político, incomprensible en este órden. Un empleado, desde que recibe su título, se hace un solemne egoísta por un cálculo equivocadísimo (aunque debemos exceptuar los que se colocaron en tiempo de la administracion del señor Pinto, que mui bien le sirvieron en trajinar votos para su reeleccion). Piensa, haciendo una sorda oposicion a su Gobierno, libertarse de la tormenta i continuar en el puesto. Ya no busca compromisos, huye el cuerpo al servicio patrio, i su único objetivo es agradar a los partidarios de otro órden de cosas. De aquí precisamente la laxitud, la parcialidad i un completo parálisis a la administracion, que halla obstáculos donde debia encontrar ajentes. Sus enemigos se aumentan, sus amigos disminuyen, i acaba por una inanicion tan necesaria como es legal, pero estúpida. Con semejante conducta ¿cómo se quiere que haya opinion pública si los encargados de crearla la estravían por su indolencia o falsas especulaciones? ¿Qué Gobierno podrá sostenerse si los interesados en conservarlo hacen la guerra? ¿Cuál será el remedio a este gravísimo mal, a estas consecuencias tan funestas? La amovilidad, i, por consiguiente, la supresion de la parte 6.ª del artículo 83 de nuestra Carta. ¿Por qué los empleados de los Ministerios se pueden remover sin espresion de causa, según la parte 4.ª del citado artículo? ¿Son acaso de naturaleza distinta, o exijirá menos