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SESION EN 26 DE JUNIO DE 1843

a castigar a su infractor. Los principios humanos i altamente sociales de la filosofía moderna, no tanto buscan la vindicta del mal que ya se orijinó, cuanto los medios de evitarlo en lo sucesivo.

Para esto no hai mas arbitrios seguros que estos dos: ilustrar el entendimiento del delincuente, i poneile fuera de la necesidad de dañar. Es una verdad incontrovertible que una parte de los delitos que los hombres cometen, provienen de su ignorancia, i la otra de sus deseos que no encuentran otros recursos para satisfacerse. Ilustremos, pues, al hombre i suavizaremos la ferocidad de su espíritu; proporcionémosle los medios lejítimos de llenar sus necesidades i le quitaremos la voluntad de hacer mal. Rarísimos son los monstruos que delinquen por sólo el gusto de delinquir.

En la casa penitenciaría, debe por tanto, haber instruccion primaria, moral i relijiosa i talleres en que se enseñe a los presos un oficio lucrativo que, a su salida de la prision, haya de proporcionarles como ganar honestamente la vida. Ya se echará de ver por esta sola indicacion, que no somos paitidarios del sistema de aislamiento continuo en celdas separadas. Conocemos perfectamente todas las ventrjas que sus apolojistas le atribuyen, pero sabemos también que la esperiencia, este maestro soberano a cuyo poderoso influjo ningún sistema falso se resiste, va patentizando de dia en dia que toda la pretendida utilidad de que se le habia alabado al principio, era puramente quimérica. Se ha dicho que abandonando al hombre sin interrupcion a sus propias reflexiones, se le precisa a concentrarse en sí mismo, a reconocer los errores de su vida pasada, i a resolver su enmienda futura.

Pero no se ha reparado que el entendimiento de los criminales es jeneralmente limitado i que una gran parte de los hombres pervertidos, ni conocen casi ese ente que los demas llamamos conciencia. Cierto es que un individuo que recibió desde su infancia una esmerada educacion moral, i despues ha llegado a corromperse, si se le retira en el aislamiento i la soledad, sentirá, a pesar suyo, que los buenos sentimientos que al principio le infundieron, vienen a dar redoblados ataques a su corazon hasta rendirle i dominarle de nuevo. Pero ¿qué influjo se aguarda que pueda ejercer la conciencia sobre el mayor número de nuestros delincuentes que, saliendo por lo común de las clases íntimas del pueblo, no han recibido en su razon ningún espacio de cultivo; hacen ostentacion de no entender los gritos del remordimiento, i quizá ni aun son capaces de conocer la fealdad de sus estravíos? I si de antemano no se ilustra el entendimiento de estos desgraciados, si inspirándoles sentimientos morales no se hace nacer en ellos, por espresarnos así, la conciencia ¿de qué le servirán sus propias reflexiones en la soledad mas espantosa, sino para acibarlos de embrutecer i exasperar? El aislamiento perpetuo es, por otra parte, según lo iremos sucesivamente demostrando, un jénero de tormento tan cruel, que pasma cómo ha podido inventarse i encontrar apotolojistas en el siglo de ilustracion en que vivimos.

Creemos que este horrible castigp debería sólo emplearse en caso de que se aboliese la pena de muerte, para aquellos delincuentes atroces, a quienes se hiciese merced de la vida, bajo la condicion de no volver jamas a la sociedad.

No negaremos que un plan de aislamiento bien calculado puede producir los mas saludables efectos, por ejemplo, si se constituye en él a los reos únicamente en las horas destinadas al sueño i al alimento. Pero con la separacion continua, ¿cómo serian conciliables la instruccion de ninguna especie, ni el aprendizaje de un oficio lucrativo? Para lograrlo seria preciso destinar un monitor, un nuestro i un taller para cada preso, lo que ocasionaría una complicacion o un embarazo inconmensurables, i un dispendio tan excesivo, que no habria riquezas con qué llenarlo. Aun cuando ese sistema, pues, tomado en el rigor absoluto en que se encuentran en algunas prisiones de Europa i los Estados Unidos, no hubiese de producir otro inconveniente que la imposibilidad di la instruccion de los condenados, bastaría para que le desechásemos; porque (no nos cansaremos de repetirlo) no reconocemos otros medios de producir una enmienda segura i duradera, que los dos que hemos apuntado mas arriba.


Admitiendo la reunion de los reos en las horas destinadas a la enseñanza, no estaríamos mui léjos de convenir en que se estableciesen algunas separaciones entre ellos, aun cuando fuese aumentando los gastos. Los incorrejibles, por ejemplo, deberían tenerse en departamentos distintos de los destinados a los que manifestasen una mejor con lucta, mis dedicacion al trabajo, etc., lo cual seria un estímulo para que muchos pervertidos tuviesen la noble ambicion de merecer con su enmienda la traslacion a otro puesto ménos degradante, i para aquellos que se hubieren conducido bien, no desmayasen al verse conducidos con los de un carácter decididamente malo. También podría entablarse como recompensa i como medida de economía el hacer monitores de los otros a los que manifestasen mas juiciosidad i aprovechamiento. La esperiencia de todas las prisiones en que se ha adoptado este método atestiguan que semejante distincion suele ser uno de los mas eficaces correctivos, i es natural que así sea, puesto que en honor de la humanidad debe confesarse que ni los mas atroces tormentos son capaces de efectuar las mudanzas prodijiosas que un cargo de honor i confianza conferido con discrecion a un delincuente.

Bajo de estos principios dos o tres maestros