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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXXVII (1845).djvu/50

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CÁMARA DE SENADORES

Principiis obsta: sero medicina paratur.

Cum mala per lorgas invaluere morus. ...


Quo semel est imbuta recens servabit odoren.

Testa cliu ...

En segundo lugar: de los relijiosos que se han separado de nuestras comunidades, no sabemos que algunos hayan dejenerado tanto de su regularidad primitiva, que con su mala versación hayan ofendido o perjudicado al público. Formados en lo científico i telijioso, i salidos en circunstancias de poder ser útiles, sabemos por el contrario que ocupan los primeros destinos en las prelacias o cátedras de sus conventos. No obstante, puede haber una rara escepcion, pero, ¿quién negaiá lo imposible, ni buscará un absoluto optimismo en todos los individuos de la humanidad?

En tercer lugar: prescindiendo de varias medidas que acaso podrían adoptarse para evitar aquel inconveniente, la reforma de las comunidades regulares, que proyecta el Supremo Gobierno, lo corta de raiz; porque como esta reforma dtbe ser precisamente sobre las bases de la vida común i de la observancia de los respectivos institutos, queda cerrada la puerta a toda tentativa de inconsecuencia, i puesto un obstáculo a las perpétuas oscilaciones de la inconstancia del hombre. Aun cuando sucediese que se pasasen a la provincia no habría inconveniente, porque no habria el menor peligro: se pasarían de una a otra casa de observancia. "Si quereis ver al hombre tenazmente constante, impónele grandes sacrificios," ha dicho con respecto a la observancia un escritor de jenio (Sur Vetal de la eglise en France). Es, pues, visto que nada obsta para que seamos puestos al nivel de las relijrosas.

Debemos también esponer que el espresado Senado consulto, tal como está concebido, léjos de prevenir entre nosotros un mal que desconocemos, nos orijinaria inconvenientes graves, i nos constituiría en una posicion azarosa i lamentable i amenazaría nuestra existencia, o mejor dicho, nos daria un golpe de muerte, una pena capital sin haber delinquido.

Nosotros miramos como el principio esencial de nuestra estabilidad la escrupulosa observancia de nuestras constituciones i el exacto desempeño de nuestro Ministerio en toda la estension de esta palabra. Nada de esto puede hacerse sin una esmerada educación científica i relijiosa, sin una contracción i una carrera de diez a once años por lo ménos. De otro modo no se forman buenos sacerdotes.

¿I qué verdadera educación podrá darse a unos jóvenes que hasta los veinticinco años tienen que estar para miéntras, que jamas podián tener amor a ningún instituto, ni aquella consagracion tan nectsaria a la práctica de los prrpios deberes i al aprovechamiento en las ciencias por la situación tan vacilante como precaria en que se hallan? situación en que a cada momento estan espuestos a los mas fútiles caprichos de la inconstancia; en que la misma facilidad de sobreponerse a toda dirección, dtbe frecuentemente poner obstáculos a sus progresos; i en que la espectativa de un decenio para constituirse, debe apurar su paciencia, i acabar al fin de uno a dos años por hacerles adoptar otra carrera? Esto es mirando los resultados bajo el aspecto ménos odioso. Si dichos jóvenes viniesen a solicitar el hábito a los veintitrés o veinticuatro años, como seria de esperarle), el mal se tornaría sobremanera mas grave.

La esperiencia ha demostrado que los jóvenes que vienen de esa edad, traen casi siempre pocos o ningunos estudios; i por otra parte, ya se deja entender que en esa época de la vida hai una triple dificultad sobre la de los primeros años, para familiarizarse con la austeridad de la vida monástica.

¿Cómo pues se imprimirían sentimientos de caridad, de desprendimiento i de dedicación al bien de la humanidad, en un corazon en que ha tenido largo tiempo su asiento el egoísmo?

¿Cómo inspirar las demás virtudes cristianas i relijiosas a un corazon que habitualmente ha sido víctima de toda clase de vicios?

¿Cómo hacer un sabio sacerdote de uno que por su edad no puede ser un mal artesano?

Los que han tenido el alto cargo de ser profesores, pueden dar testimonio de esto. Apenas alcanzarán a aprender unos cortos elementos de latinidad; se les ordenará, i unos manchaián su carácter sagrado con una conducta inmoral, i otros serán por su propia ignorancia la irrision de la sociedad i el oprobio de su instituto i de la relijion.

Incapaces de todo, e inútiles a la relijion i a la patria, merecerán las declamaciones de palabra i por escrito del católico i del incrédulo contra su profesion i sus costumbres; i siéndoles imposible conservarse, despedazarán por sus propias manos la observancia i la corporacion que los ha admitido en su seno.

Este no es mas que un imperfecto bosquejo de los resultados del Senado consulto i que no presentamos en toda su estension, por no hacernos importunos. En él aparece en relieve sobre las demás consideraciones otra poderosa razón para que se nos indulte como a las relijiosas, razón que aun entre ellas no rije la educacion.

Si cuando se mandó en Francia que las profesiones relijiosas se difiriesen hasta los veintiún años, i en España hasta los veinticuatro, todos los hombres sensatos creyeron i se cree todavía (nadie lo duda) que con semejante medida se sancionó la lei del esterminio de toda corporacion relijiosa, i que en ellas estaba inscrito el epitafio de su tumba, ¿qué deberemos pensar nosotros de una leí que se nos compele a observar tanto mas odiosa i destructora que aquellas?