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78 MADAMA DE SEVIGNÉ

tener. Sin embargo, tengo diez ó doce obreros trabajando que elevan la techumbre de mi capilla, que corren sobre los anda- mios, que no temen nada y que están á todo momento á punto de romperse el cuello, que me hacen mal á fuerza de verlos desde abajo. Se piensa en este bello efecto de la Providencia que hace la ambición; se da gracias á Dios de que haya hom- bres que por doce sueldos quieran hacer lo que otros no harían por cien mil escudos. « ¡Oh, demasiado felices los que plantan coles! Cuando tienen un pie en tierra, el otro no está lejos. » Lo he leído esto en un buen autor (1). Teneraos también plan- tadores que hacen nuevas calles de árboles, los cuales sos- tengo yo misma cuando no llueve mucho, pero el tiempo nos agovia y nos hace desear un silfo para trasladarmos á Paris. Mad. de la Fayette me dice que, puesto que vos me contáis seriamente la historia de Auger, está persuadida de que nada es más cierto y de que no os burláis de mí. Ella creía al prin- cipio que esto fuese alguna locura de Coulanges, lo cual se podía pensar muy bien; si la escribís acerca de este asunto, hacedlo en este sentido. Mr. de Louvigny, como veis, no ha tenido el valor de comprar el cargo de su padre. He aquí á Mr. de la Feuillade bien establecido; no creía yo que debiese entrar tan pronto en el camino de la fortuna. Mi tía ha tenido una ficbre que me ha dado miedo. Vuestra pequeña tiene mala la dentadura y pellizca como vos ; esto es gracioso. ¿ Qué más he de deciros? Pensad que estoy en un desierto. Nunca he visto menos gente que este año. La Troche, á quien esperaba, está enfermo. Estamos, pues, solos; leemos mucho y se en- cuentra la noche y el día siguiente como siempre. Adiós mi querida hija; soy vuestra sin ninguna exageración hasta la mucrte inclusive; abrazo á Mr. de Clodiopolis (2) y al coronel Adhemar y a! hermoso caballero. En cuanto á Mr.de Grignan, va por separado.


(1) Rabelais en Parurgo. (2) El coadjutor de Arlós