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CARTAS ESCOGIDAS 105

Que, ¡una mujer joven! buena cosa para mi; esto me conven- dría mucho; antes quisiera que me rompiesen los dos brazos. » Y á esto se responde interiormente. ¡Eh! sí, todo esto es verdad; pero vos no dejáis de estar enamorado. Hacéis vues- tras reflexiones; son justas, son verdaderas, constituyen vues- tro tormento, pero no dejáis de estar enamorado. Estáis lleno de razón, pero el amor es más fuerte que todas las razones; estáis enfermo, lloráis, rabiáis, y en fin, estáis enamo- rado. »

Yo os prohibo, mi querida hija, el enviarme vuestro retrato : si estáis bella haceos pintar, pero guardadme este amable pre- sente para cuando yo ilegue. Me disgustaría dejarle aqui. Seguid mi consejo y recibid entre tanto un presente que sobre- puja á todos los presentes pasados y presentes; esto no es demasiado decir : es un collar de perlas de doce mil escudos; es un poco fuerte, pero no lo es más que mi buena voluntad. En fin, miradle, pesadle, ved cómo está engarzado, y después decidme vuestra opinión : es el más hermoso que yo he vislo jamás; aquí ha causado admiración. Sios agrada, usadle; será seguido de algunos otros, pues yo no soy liberal á medias. Seriamente, es hermoso y procede del embajador de Venecia nuestro difunto vecino, He aquí también unas pinzas para esta barba incomparable; son las más perfectas de París. También va un libro que mi tío de Séyigné me ha rogado que os envíe; supongo que no será una novela. Yo no le dejaré el cuidado de enviaros los cuentos de la Fontaine que son... vos juzgaréis.

Procuramos distraer á nuestro buen cardenal (de Retz). Corneille le ha leído una obra que será representada dentro de algún tiempo y que hace recordar las antiguas. Moliére le leerá el sábado Trissotin, que es una cosa muy graciosa. Despréaux le dará su Lutrin y su Poética : he aquí todo lo que se puede hacer en su servicio,

Él os quiere de todo corazón. ¡Pobre cardenal | Habla á menudo de vos y vuestros elogios no acaban tan fácilmente como comienzan. Pero, ¡ah! cuando pensamos que se nos ha lleyado nuestro querido hijo, nada es capaz de consolarnos; en