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CARTAS ESCOGIDAS 123

todo el mundo llora ó teme llorar; el espíritu vuelye á la pobre Mad. de Nogent; Mad. de Longueville enternece los cora= zones, según se dice; yo no la he visto, pero he aquí lo que yo sé.

Mlle. de Vertus había vuelto desde hace dos días á Port-Royal, donde está casi siempre; han ido á bucarla con Mr. Arnauld para darla esta noticia. Mlle. de Vertús no tenía más que pre- sentarse; esta vuelta tan precipitada marcaba bien algo de funesto. En efecto, desde que ella apareció : « ¡Ah, señorita! ¿Cómo está mi hermano? (el gran Condé). » Su pensamiento no se atrevió á ir más lejos : señora, está bien de su herida, ha tenido un combate. — ¿ Y mi hijo ? Nose la responde nada, — ¡Ah, señorita! mi hijo, mi querido hijo, respondedme, ¿ha muerto? — Señora no tengo palabras para responderos. «¡Ah, mi querido hijo! ¿ha muerto sobre el campo de ba- talla? — ¿No ha vivido un momento después? ¡Ah, Dios mío, qué sacrificio! » Después de esto cae en el lecho y todo lo que el más vivo dolor puede hacer por convulsiones, por desvanecimientos, por un silencio mortal, por gritos aho- gados, por lágrimas, por exclamaciones al cielo y por quejas tiernas y compasivas, todo lo ha experimentado. Ve á ciertas gentes, toma apenas un poco de caldo porque Dios quiere; no tiene ningún reposo; su salud, siempre delicada, está ahora alterada visiblemente. Cuanto á mi, yo la deseo la muerte, no comprendiendo que pueda vivir después de semejante pér- dida. Hay un hombre (1) en el mundo que no está menos con- movido; yo creo que si se hubiesen encontrado los dos en los primeros momentos y no hubiese habido nadie con ellos, todos los otros sentimientos hubieran desaparecido ante los gritos y las lágrimas que hubieran redoblado á cada instante: esto es una visión; pero en fin; ¿qué afición no muestra nues- tra gran marquesa de Huxelles, solamente por amistad? las amantes no se afligen más. Toda su pobre casa está reyu lta y su pobre escudero que llegó ayer no parece un hombre ra


(1) Mr de la Rochefoucauld.