CARTAS ESCOGIDAS 5
toda la commuidad. La dió mil escudos para cumplir su voto y la rogó que le hiciera ver el corazón del bien aventurado. Cuando se aproximó á la verja, se arrojó de rodillas y estuvo más de un cuarlo de hora vertiendo lágrimas, apostrofando á este corazón y pidiéndole una chispa del fuego en que el amor de Dios le había consumido.
La madre superiora lloraba también, le dió dos reliquias del bien aventurado que él lleva constantemente. Pareció durante estas cuatro visitas tan preocupado del deseo de su salvación, tan disgustado de la Córte y tan trasportado del deseo de con- vertirse, que cualquiera, aunque fuese más fina que la suaperiora, bubiera sido engañada.
Ella le habló diestramente del asunto de Mr. Fouquet, y él la respondió como un hombre que no miraba más que á Dios sólo; que no se le conocia, que se yería y se le haría justicia según Dios, sin considerar nada más que á él. Jamás he estado tan sorprendida como al tener noticia de este discurso. Si me preguntáis ahora lo que pienso de él, os diré que no sé nada ni comprendo nada ; y que de un lado no concibo para qué puede servir esta comedia, y si no lo es, cómo acomoda él todos los pasos que ha dado desde hace tiempo con tan bellas pala- «bras.
He aquí algunas cosas que es preciso que el tiempo explique, pues ellas por sí mismas son oscuras : sin embargo, no habléis de esto, pues la madre superiora me ha rogado no hacer corre, esta historieta.
He visto la madre de Mr. Fouquet : me ha contado de qué manera había hecho dar este emplasto por Mad. de Charost (1) á la reina. Es cierto que el efecto fué prodigioso; en menos de una hora la reina sintió su cabeza despejada y tuvo una evacuación tan extraordinaria y de algo tan corrompido y tan propio á hacerla morir la noche siguiente en su acceso, que ella misma dijo muy alto que Mad. Fouquet la había curado; y que lo que había arrojado era lo que la dió las convul..
(1) María Fouquet, hija del superintendente, duquesa de Charost,