Para mí, la proporción que va adelante puede ser reducida á esta sencilla regla de tres: la elocuencia es la inspiración del arte oratoria.
Puesto que, para que lo artístico exista, debe proceder y coexistir la inspiración del artista.
Un poema, un lienzo, una partitura, un discurso, animados por la inspiración artística, toman nombres propios de resplandor intenso: se llaman Byron, Rafael, Mozart ó Cicerón.
Hasta aquí la suprema inspiración del arte creador, Pero hay también la cópia, la traducción, las ejecuciones, y las espresiones vocales y mímicas de la poesía y de la música: el canto, la declamación y las acciones que constituyen el vasto repertorio teatral.
Si bien de menor aprecio, no es tan escasa la dósis de inspiración que debe animar á los intérpretes de los artistas creadores.
Los artistas del segundo grado vienen á ser naturalezas complementarias de aquellos cuyas obras interpretan ó vulgarizan.
Sinó, solo habrá caricatura y no agua fuerte, gritos de Prevost y no música de Verdi...
Todo eso estará muy bueno (ó muy malo), dirá el lector; pero ¿y.... el Doctor Gallo?...