superioridad que él cree tener sobre los demás de sus colegas.
Actualmente, para Olmedo el Congreso es una carga, que él renunciaria si no estuvieran de por medio sus compromisos políticos. Mucho le complacería medirse con Rawson, Mitre, Sarmiento, con todos los que han honrado la tribuna parlamentaria.
Hoy, según su sentir, nadie lleva novedades al debate, nadie pronuncia aquellas notas fulgurantes que en otros tiempos electrizaban las multitudes y ponian en sérios aprietos a Presidentes y Ministros, obligándolos á someterse como único remedio.
Vencer á Mitre, hacer tartamudear á Rawson, anonadar á Sarmiento, ¡oh! seria el colmo de su gloria!
Pero como no está en sus manos reformar la composición del Congreso, se ha resignado á callarse, el sacrificio mas grande que puede hacer, contentándose, por vía de agradable pasatiempo, con dirijir de vez en cuando algunas interrupciones huérfanas de originalidad.
Con esta inofensiva esgrima, Olmedo se liberta de un aburrimiento que terminarla en incurable nostalgia. Tira sus sablazos al aire,