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Dos horas empleó el alumno exponiendo doctrinas, combinando principios, acumulando citas y enredando la gruesa madeja del Derecho Constitucional.
Y al final de cada párrafo, cuando el disertante hacia una pausa como aguardando la señal de que habia sido descifrado el enigma, el sério catedrático se limitaba á decir:
— Sí, pero hay conexión.
Aquello era interminable. Al fin, el estudiante soltó prenda, solicitando la clave de aquel endiablado rompe-cabezas.
— Pues es muy sencillo: de que haya conexión no se deduce que haya identidad!
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