estuviese llenada; porque hay que tener presente que Rojas se habia asegurado una mayoría al favor de la intervención que le fué visiblemente protectora.
Aceptado el pacto, Rojas se comprometía, y con él sus amigos, á renunciar sus puestos para dar lugar á la nueva Legislatura bajo la base de la igualdad de elementos.
Tan solemne promesa no podia sospecharse que fuera burlada.
Entre gallos y media noche, Rojas reunió la Legislatura y se hizo elegir Senador al Congreso Nacional.
Y yo digo y lo dirá todo el que tenga nociones de moral política: ese hecho es una afrenta para el que lo comete; esa acción no es correcta ni aún entre los cafres que respetan la palabra empeñada; ese acto merece la reprobación universal y es lo bastante para poner fuera da la ley social á sus autores y cómplices.
Si los Códigos han silenciado en esa parte; la conciencia individual, el honor de todo aquel que lleva un rostro humano y la vindicta pública misma, han previsto y condenado siempre acto tan indigno.
No hay causa que atenúe un proceder tal.
El hambre, la miseria, los compromisos