inicial en su carácter, hubiese descollado aún sobre la actividad emprendedora de Febre.
Baltoré no ha sido siempre el Senador grave y reconcentrado, que solo de vez en cuando deja percibir en las líneas severas de su rostro uno que otro relámpago de cáustica malignidad.
Ya porque el Senador Rojas exorna con arabescos de sentido común su famosísimo proyecto haciendo obligatorio el uso de los caros, escasos y poco durables durmientes de quebracho.
Sea oyéndola insinuación del Senador Cambaceres, sugiriéndole algún truc parlamentario al inofensivo Presidente del Secado.
El Senador Baltoré ha tenido épocas en las cuales su inteligencia, en perigeo con el sprit, deslumbraba al circulo de sus numerosas, cultas y juveniles relaciones, con los destellos de su fecunda originalidad.
Allá en sus buenos años fué Catedrático de Derecho Internacional en el Uruguay, como su amigo el doctor Leguizamón lo fué en Buenos Aires.
Entonces su inteligencia hacía invernadas de engorde en las bibliotecas, y marchaba, parejo con la erudición de mayor tiro que se pusiese al alcance de su amena causerie.