Pero no me satisfacen las consecuencias que surgen de las doctrinas del filósofo predilecto de los suicidas.
Y sinó, escuchen ustedes:
Ese diputado que ocupa tal banca del Congreso, confundido entre la izquierda ministerial, es don Agustín Cabeza, don Rubén Ocampo, ú otro legislador tapiado de idéntico jaez.
Pues, aunque parezca raro, esos modestos diputados son, según Schopenhauer, el testimonio elocuente de la inmortalidad del hombre.
¿Quién afirmará que el hombre muere, aun ante los huesos de los millones que nos han precedido, cuando á través de los siglos se nos presentan ejemplares corpulentos de esos organismos semovientes?...
¡Cuánto consuelo encierra tan desconsoladora metafísica!
E pur —imaginen mis lectores que, segun mi catetómetro analítico, resultase que el mas menguado de los congresales de voto tiene la misma estatura política de uno de los mas brillantes de nuestros oradores parlamentarios.
Se diria que mi instrumento, ó yo, ó ambos, no servíamos para maldita la cosa.
Lo que pasa con las teorías precitadas. Nos