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animada por el resplandor de las naturalezas tropicales; trocado el corte á lo Francisco Primero, por un pera militar poco tupida, cual corresponde á los espíritus blandos; con la estatura reducida y magra de las personas nerviosas é impresionables: hé ahí la facha enfermiza y descolorida del Senador Derqui.

Diríase que, para concertar lo físico con lo político, se ha querido obsequiar al Senado con un antípoda del simpático Baibiene.

Este acopia en las líneas fisonómicas, toda la rudeza de los caractéres que poseen la áspera austeridad de Catón.

El doctor Derqui no tiene un solo gesto que denuncie al hombre capaz de imponer silencio al clamor de sus debilidades con un solo grito de su conciencia.

He observado que todos juzgan á los hombres públicos, por lo que hablan mas que por lo que callan.

Es que vivimos en el «siglo de la palabra», en plena preponderancia de la frase.

Y eso que hace siglos desde que se descubrió el verdadero objeto de la palabra humana: superficie del pensamiento, oculta ó disimula los escollos de su cauce.