pluma la coraza de las largas torpederas Melié que calza el Diputado Villamayor.
En su oratoria, como en sus maneras, se perciben á la legua las huellas del buril de Leandro Alem.
Como que es uno de los mejores camafeos salidos del taller político del austero tribuno.
Menos orgulloso de su virtud, el doctor Villamayor posee como Alem la veneración sincera del patriota por todo filón de sentimientos elevados y de aspiraciones puras.
Es allí donde debe enriquecerse el varón probo, léjos de las ambiciones que corrompen, y de las sensualidades que envilecen.
No es Villamayor un gran carácter, ni un talento extraordinario; pero posee todas las prendas que constituyen el «hombre bueno» de la escuela norte americana, y en su criterio recto no escasean los resplandores intelectuales del «hombre práctico» de la escuela inglesa.
Su fisonomía poco correcta y mal delineada, nada refleja de semejantes condicione, raras aun entre los hombres de talento.
Tampoco denuncian el secreto contrapeso intelectual que levanta su alma, ni la afabilidad