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RODOLFO LENZ

los versos, que al joglar que los cantaba i tocaba el instrumento, en Chile goza de mayor aprecio el «cantor» que el «pueta». La mayor parte de los poetas hacen imprimir sus versos i viven de su venta. No es raro que sean personas incapacitadas para el trabajo por algún defecto físico como la ceguedad. El cantor normalmente no trabaja por pago, aunque acepta no sólo bebidas i comidas durante la fiesta, sino que también regalos de sus favorecedores; lo principal es para él la gloria i, como ya lo dije, jeneralmente gana su vida como trabajador o negociante. El límite entre ambas categorías sin embargo no es fijo: los poetas a veces saben cantar i tocar, pero rara vez con la perfección de los cantores, i éstos a veces también componen sus versos, cuando no los encargan a un poeta pagando con tres a cinco pesos el manuscrito de la glosa de décima. En tal caso el cantor adquiere la propiedad literaria i el derecho esclusivo de cantar la poesía i el poeta renuncia al derecho de hacer imprimir su composición. Tales poesías se llaman «versos ocultos». La mayor parte del repertorio la toma el cantor de la tradición apuntando las poesías en un cuadernito, lo mismo que lo hacían los jongleurs del Norte de la Francia con las «chansons de gestes» que cantaban. Naturalmente todo buen cantor debe saber improvisar las introducciones i los «cogollos» (despedidas i dedicatorias). Cada uno de ellos tiene a su disposición unos cuantos esquemas de tales versos, en que con un lijero cambio de ciertas palabras caben los nombres i apellidos más comunes. Pero sobre todo en la verdadera disputa poética, la «palla» o contrapunto, los «versos de dos razones», en que se alternan cada cuatro o aún cada dos ren-