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tan dulces sensaciones le habian proporcionado. Obedeciendo las órdenes de su ama, la jóven derramó encima de los cobertores puñados de aquellos rosados pétalos, i suspendió del crucifijo de plata, colocado a la cabecera del suntuoso lecho, un trozo de guirnalda arrancado de una de las arañas del salon.

La estancia quedó en silencio i poco a poco fué haciéndose mas hondo el sopor de la bella durmiente.

De pronto, se encontró transportada a una de sus fincas. El cielo estaba azul i un sol de primavera tibio i risueño acariciaba los campos. Caminaba por en medio de un bosque de duraznos en flor, envuelta en una atmósfera de efluvios i aromas embriagadores cuando, de súbito, un soplo que parecia brotar de sus labios, tenue al principio, impetuoso despues, arrebató las flores i las disperso alos cuatro vientos. Tuvo miedo ¡quiso huir, pero los árboles, como espectros vengadores, le cerraron el paso i, fustigándola con su desnudo ramaje, la estrecharon hasta abogada con la pesadumbre de su haz inmenso.

Sintió que su alma abandonaba la tierra i comparecia delante del Tribunal Divino, presa de una angustia i terror infinitos.

Sentado en su trono, bajo un dosel de flamíjeros soles, estaba el Supremo, inexorable Juez. A su derecha mostraba sus pájinas el libro de la vida, i a su izquierda un arcánjel sostenía con la diestra la balanza de la justicia.