Una mañana que el sol surjia del abismo i se lanzaba al espacio, un vaiven de su carro flamíjero lo hizo rozar la cúspide de la montaña.
Por la tarde un águila, que regresaba a su nido, vió en la negra cima un punto brillantísimo que resplandecia como una estrella.
Abatió el vuelo i percibió aprisionado en una arista de la roca, un rutilante rayo de sol.
Pobrecillo, díjole el ave compadecida, no te inquietes, que yo escalaré las nubes i alcanzaré la veloz cuadriga antes que desaparezca debajo del mar.
I cojiéndolo en el pico se remontó por los aires i voló tras el astro que se hundia en el ocaso.
Pero, cuando estaba ya próxima a alcanzar al fujitivo, sintió el águila que el rayo, con soberbia ingratitud, abrasaba el curvo pico que lo retornaba al cielo
Irritada, entonces, abrió las mandíbulas i lo precipitó en el vacío.
Descendió el rayo como una estrella filante, chocó