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LA COMPUERTA NÚMERO 12

—Pronto, Pablo, dijo el viejo, a ver como cumples tu obligacion.

El pequeño con los puños apretados apoyó su diminuto cuerpo contra la hoja que cedió lentamente hasta tocar la pared. Apenás efectuada esta operacion, un caballo oscuro, sudoroso i jadeante, cruzó rápido delante de ellos, arrastrando un pesado tren cargado de mineral.

Los obreros se miraron satisfechos. El novato era ya un portero esperimentado i el viejo, inclinando su alta estatura, empezó a hablarle zalameramente: él no era ya un chicuelo, como los que quedaban allá arriba que lloran por nada i estan siempre cojidos de las faldas de las mujeres, sino un hombre, un valiente, nada menos que un obrero, es decir, un camarada a quien habia que tratar como tal. I en breves frases le dió a entender que les era forzoso dejarlo solo; pero que no tuviese miedo, pues habia en la mina muchisimos otros de su edad,