Aquella pregunta concreta i terminante no obtuvo respuesta. Un murmullo partió de las filas algunos voces aisladas se escucharon, pero calláronse inmediatamente al oir de nuevo la voz imperiosa que con agrio tono repitió:
— ¡Qué hai! ¿Nada contestas?
El viejo que pasaba su gorra de una mano a otra con aire indeciso interpelado así directamente adelantó un paso i dijo con voz lenta e insegura, tratando de leer en el rostro velado de su interlocutor el efecto de sus palabras:
— Señor, lo justo seria que se nos pagase por cada metro el precio de cuatro carretillas de carbon, porque....
No terminó, el injeniero se habia puesto de pié i su obesa persona se destacó tomando proporciones amenazadoras en la nebulosa penumbra.
— Sois unos insolentes, gritó con voz rebosante de ira, unos imbéciles que creen