Mi muy querido amigo: Sigo tu amable invitación que tanto me honra y voy á ponerte algunas líneas en vez de prólogo. No temo las dificultades que me impone mi deber de escribirlo en un idioma que no poseo perfectamente; no lo temo, porque sigo los impulsos del corazón y el corazón sabe vencer los obstáculos gramaticales y lexicográficos. No es el objeto de estas líneas presentar un plato á los que saborean la rica fraseología del majestuoso idioma de Cervantes, no; mi objeto es darte las gracias en nombre de la república internacional de los sabios, en nombre de Filipinas, en nombre de España por la publicación de esta importantísima crónica del país querido que te vió nacer, y cuyo hijo adoptivo me considero. Con esta reimpresión, tu has erigido un monumentum aere perennius para el nombre Rizal. La obra de Morga gozó siempre de la fama de ser la mejor crónica de la conquista de Filipinas; Españoles y extranjeros estaban conformes en este dictamen, en esta apreciación. Ningún historiador de Filipinas pudo despreciar impunemente la riqueza de datos con que brilla la obra del ínclito oidor; pero tampoco pudo satisfacer sus deseos, porque los Sucesos de Morga son un libro raro, rarísimo en tanto grado, que las poquísimas bibliotecas que lo poseen, lo guardan con el mismo cuidado como si fuese un tesoro de Incas. Era de suponer que los Españoles rindieran su debido tributo de gratitud al noble compatriota, al justo representante de la metrópoli en el Extremo Oriente, al bizarro defen-