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Página:Sucesos de las islas Filipinas por el doctor Antonio de Morga (edición de José Rizal).djvu/17

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IX
PRÓLOGO.

intereses de sus bolsillos y por la venda de sus pasiones, son los infatigables sepultureros de la integridad de la patria. Tú les has mostrado quién sabe cumplir con los deberes de un patriota, ó el sabio filipino que renueva los laureles de un gran autor, estadista y campeador de España y llama la atención del gobierno sobre los males de la patria, ó ellos que siembran el odio de raza en el pecho de los Filipinos por sus burlas y expresiones de desprecio irritante.

Ya sabes que te atacará cruelmente la turba de aquellos peninsulares á quienes basta la existencia de un indio instruído para tomarla por un crimen laesae majestatis. Pero si un indio ha entrado en el mundo de los sabios, si ese sabio filipino no sólo cumple con los deberes que tuvieron que cumplir primeramente los peninsulares, sino también censura el proceder de los colonizadores y civilizadores europeos, entonces puede conceptuarse feliz el autor malayo si solamente llueven sobre él el anatema y las maldiciones de todos los que se creen seres superiores, infalibles é intangibles, por el lugar de su nacimiento y por el color enfermizo de su piel.

Pero para ellos no has escrito tu libro; la nueva edición de los Sucesos está dedicada á los sabios y á los patriotas. Ambos círculos te lo agradecerán. No dudo que tus notas, tan eruditas y tan bien pensadas, harán ruido en el mundo europeo. Hace más de 150 años que acabó de generalizarse la justa y cristiana protesta contra las crueldades cometidas por los descubridores europeos en el Mundo Nuevo, protesta de la que fué precursor un noble español, el venerable prelado Las Casas. Ese varón, verdaderamente santo, habló en el nombre de la religión y compasión cristianas, pero no logró otra cosa que el cese del tráfico de los negros esclavos. Los idealistas franceses del siglo pasado protestaron contra el maltratamiento de los hombres colorados, como consecuencia de su idea de que el salvaje y el hombre no civilizado representan el estado inocente del género humano; así á la escuela de Rousseau le pareció el hombre colorado un niño grande, como á varios peninsulares, con la diferencia de que éstos deducen de su teoría el derecho de oprimirlos, mientra que los idealistas franceses pre-