nila se le enviaba, con que se alegró mucho, y toda su gente.
Por el mes de Marzo deste año de seiscientos y tres, entró en la bahía de Manila un navío de la gran China, en que dieron por nueva las centinelas, que venían tres Mandarines grandes, con sus insignias de tales á cosas del servicio de su rey; el gobernador les dió licencia, para que saliesen del navío, y entrasen en ciudad con su acompañamiento. Fueron derechos (en sillas de hombros, muy curiosas, de marfil, y otras maderas finas y doradas) á las casas reales de la audiencia, donde el gobernador los esperaba, con mucho acompañamiento de capitanes y soldados, por toda la casa, y calles, por do entraron, y llegados á las puertas de las casas reales, los apearon de las sillas, y entraron á pié, dejando sus banderas, vpos, lanzas y otras insignias, de mucha demostracion que traían, en la calle, hasta una sala grande bien aderezada, donde el gobernador los recibió en pié, haciéndole muchas humillaciones y cortesías los Mandarines á su usanza, y respondiéndoles á la suya el gobernador. Dijéronle, por los naguatatos[1], que el rey los enviaba con un China que consigo traían en cadenas, para ver por sus ojos una isla de oro, que había informado á su rey, llamada Cabit, que había junto á Manila, que nadie la poseía, y que le había pedido cantidad de navíos, que él los volvería cargados de oro; y si así no fuese, lo castigase con la vida; que venían á llevar á su rey averiguacion de lo que en aquello había. El gobernador les respondió pocas palabras mas de que fuesen bien venidos, y que se fuesen á descansar á dos casas dentro de la ciudad, que se les aderezaron, en que posasen con su gente, que despues se trataría del negocio. Con esto se volvieron á salir de las casas reales, y á las puertas dellas subieron en sus sillas, en hombros
- ↑ Naguatate, voz americana que significa intérprete.