sin tanto trabajo, adquieren un peso en dineros, con que tributan; de que se sigue, que los Naturales (por no trabajar) tienen menos caudales y sustancia, y la tierra que era muy proveida, y abundante de todas las cosas, va sintiendo la falta y carestía dellas, y los dueños de las encomiendas, así su Magestad, como los particulares que las poseen, han tenido mucha quiebra, y baja en su valor.
Cuando fué al gobierno de las Filipinas Gomez Perez Dasmariñas, llevó cédulas reales, para formar en Manila el campo de cuatrocientas plazas de soldados de paga, con sus oficiales, galeras y otras cosas de la guerra, para la defensa y seguridad de la tierra, en que primero se ocupaban todos los moradores Españoles sin sueldo alguno; entonces, se ordenó se creciese á cada tributario, sobre los ocho reales, dos reales mas, los cuales se cobrasen por los encomenderos, al mismo tiempo que los ocho reales del tributo, y los trujesen y metiesen en la caja real; en la cual se beneficiasen por cuenta aparte de la demas hacienda de su Magestad, y se convirtiesen en esta manera: el real y medio, para los gastos del dicho campo, y cosas de la guerra, y el medio real restante, para el estipendio de los prebendados de la iglesia de Manila, que su Magestad suple en su caja, en tanto que sus diezmos y rentas bastasen para su sustentacion[1].
- ↑ Cuando se estableció el presidio de Zamboanga aumentaron el
como se prueba por sus mismas relaciones, hablando de continuo de abundancia de bastimentos, lavaderos de oro, tejidos, mantas, etc., contribuyendo también no poco á ello el despoblamiento de las Islas á consecuencia de las guerras, expediciones, insurrecciones, cortes de maderas, fábrica de navíos, etc., que destruían ú ocupaban brazos dedicados al campo y á la manufactura. Aun en nuestros días oímos muchas veces en las cabañas el triste pero infantil deseo de los desgraciados, que esperan el día en que no hubiese en Filipinas un solo maravedí, para librarse de todas las plagas. Esto no debió ocultarse á la clara videncia de Morga, pero, influído tal vez por el vulgo de los quejosos encomenderos, no ha podido penetrar el primer origen de la futura y larga decadencia de Filipinas, que acaso con el tiempo se convirtiera en verdadera indolencia, porque pronto se hace un hábito de las cosas malas.