la fortaleza de Terrenate, en el Maluco, por la grande importancia desta empresa, y suceso della, de que otras veces no se había sacado fruto. Y siempre fué disponiendo las cosas que se hubiesen de hacer, á propósito para esta jornada, pero con tanto secreto[1], que á nadie lo declaró; hasta que el año de noventa y tres, viéndose con lo que le pareció le bastaba para su intento, se manifestó, y puso á punto para salir en persona, con mas de nuevecientos Españoles[2], y doscientas velas, entre galeras, galeotas y fragatas, virreyes y otras embarcaciones, dejando las cosas de Manila, y de las islas con alguna gente (aunque no la necesaria para su defensa) á cargo de Diego Ronquillo su maese de campo, en lo de la guerra; y en lo de gobierno é justicia, del licenciado Pedro de Rojas. Y (habiendo enviado adelante á su hijo don Luis Dasmariñas, con todo lo demás de la armada, con cargo de su teniente de capitán general, á las provincias de Pintados, donde había de salir). El gobernador quedó en Manila, despachándose, y armó una galera de veinte y ocho bancos para su embarcación: tripulóla de
- ↑ Fueron sus espías los jesuítas Gaspar Gómez y Antonio Marta que estaban entonces en el Maluco (Gaspar de S. Agustín, pág. 462).
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Debieron ir también Filipinos, puesto que Gaspar de S. Agustín habla de Indios martirizados y cautivados por los chinos. Era costumbre además llevar siempre mil ó más flecheros, siendo la tripulación casi siempre toda filipina, la mayor parte bisaya. Y esto lo confirma Argensola en el lib. 6.º de su Historia de la conquista de las Molucas en que hablando de esta expedición dice:
«Entre otros pertrechos hizo cuatro galeras escogidas: y para armarlas (como allá dicen) de esquipazón, usó de un medio, que fué juzgado por riguroso. Mandó que de los Indios, que eran esclavos de otros Indios principales, se comprase el número que bastase para esquipar las galeras, y que los pagasen los Españoles encomenderos, de su misma hacienda, señalando el precio por cada Indio dos taes de oro (es cada tae poco más de una onza) que era lo que en otros tiempos solían valer entre ellos los esclavos. Prometía que todo lo que en esto gastasen los encomenderos, lo cobrarían después de la Hacienda Real. Con todo eso, no pareció que se moderaba el rigor: porque aquellos Indios impropiamente los llamaba esclavos. Sus señores los tratan y aman como á hijos: siéntanlos á su mesa: cásanlos con sus hijas. Demás que ya entonces los esclavos valían mayor precio.»