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XLVIII.

Ea, Carlos, mi Dueño, ¿à quando esperas?

Ea, Carlos, mi bien, ¿à quando aguardas?

Ya conozco por señas verdaderas,

que eres mi bien, pues el llegar retardas:

no así, Señor, mortificarme quieras,

porque mis esperanzas acobardas,

mira que hasta que llegues à mis brazos,

corriendo aqui y allá me hago pedazos.

XLIX.

Pero ya sé ¡ay de mí! que no consiste

en tí, Carlos amado, el detenerte,

sino que tanta dicha la resiste

la fatal pertinacia de mi suerte:

ya sé, que repetidos padeciste

la congoja, el dolor, la pena fuerte,

en tus hijos y Esposa, y en tal susto,

por mi zozobra mido tu disgusto.

L.

¡Por quanto el sarampion desatinado

no asaltára, Pirata repentino,

embocandose allí, como pintado,

à dilatar mi gusto y tu camino!

Ya conozco, Señor, que te ha guiado

por tal rumbo la fuerza del destino,

que puede ser huyese de tus garras,

si te vinieras sin topar en Barras.

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