A la orilla de aquel Rio famoso,
el noble, el celebrado Manzanares,
que nunca le lograron caudaloso,
socorros de Madrid parti-culares;
y pero no obstante Rio portentoso
en sus extraños peces singulares,
pues nadan en su mal humeda arena
Ranas con pelo, Atunes con melena.
Rio que con manjares diferentes
le cortejan por todos los caminos;
pues si el Soto le da Migas-calientes,
sus Ninfas le regalan Palominos;
y Principe jurado de Dos Puentes,
tributan à sus trozos cristalinos
sutíl encage, artificiosa Randa,
labores de Cambray, telas de Olanda.
En esta orilla, pues, la Ninfa bella,
floreciendo el terreno que ocupaba,
del bello Cielo refulgente estrella,
à las del Firmamento embidia daba.
Volvió la vista, y me dejó sin ella,
y mirando, que alegre se sentaba,
yo me senté tambien, (y que no es cuento)
y es la primera vez que tube asiento.