Página:Tradiciones argentinas Primera serie.djvu/108

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 105 —

— ¡Cómo ha de ser! Suerte indina! — decía. — Lo único que siento es no dar el último abrazo á mi pobre mujercita y á mis hijos. Aunque nadie tiene la vida comprada, no era así como yo debía acabar, sino de un metrallazo al enlazar algún cañón de los maturrangos. En fin. Dios ayude á la viuda. ¡Ay, no tener un amigo...

Y en esto, interceptando la luz de la entrada cubierta con un cuero en la miserable choza, la gran silueta de un hombrazo más grande que la puerta asomó, agachándose para entrar junto al reo.

Como en la conversación repitiera éste lo antedicho, de que no sentía morir, pues que lo mismo era hoy que mañana para quien no ha hecho pacto con la pelada, sino el no poder ver á sus hijos, cuyo techo divisaba, contestóle el amigo, tan noble y abnegado como él:

— Para eso quedamos los amigos, y se me ocurre una cosa. Dígale al Padre que lo auxilia vaya á proponer al Coronel que yo me quede de personero hasta su vuelta, consintiendo ser fusilado en su lugar, caso de que no haya usted regresado á la hora. Si accede, salte en mi caballo y cumpla su deseo. A qué diablos sirven los amigos, sino para sacar de apuros en trances apurados!

Sea que le impresionara tan extraña propuesta,