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parejero de mi compadre, y le dejas con la rienda alzada lo más cerca que puedas detrás del banquillo, que si Santiago me ayuda he de salvarme. Pero hasta entonces silencio y entereza, que llantos no ayudan á salir del paso.


III

Y asi refieren los viejos de aquellos tiempos, no sabían qué admirar más: si la abnegación del amigo, exponiendo espontáneamente su vida en un hilo, ó la palabra empeñada del sentenciado que ni en mientes pensó faltar.

Pero este noble ejemplo de nobleza, de abnegación, de amistad no fué bastante á contagiar en tan generosos sentimientos el empedernido corazón del Coronel. Ya impartida la orden que se llevara adelante el fusilamiento del leal amigo, vióse llegando á todo galope al sentenciado, y desmontando á la puerta del rancho que hacía de capilla, dió un ponchazo al caballo para que enderezara á la querencia, regalándole esa única prenda á su amigo con su último abrazo, y deslizándole tres palabras al oído se cuadró preparándose á bien morir.

Nuevos empeños de frailes, monjas y notables habían fracasado como la víspera, y los