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dejarme dormir, llevando la muerte sobre el corazón, por los pocos días que pudiera substraerme á lo inevitable. No. ¡yo no soy felón! Mejor es morir como hombre, que nunca hice asco á la muerte. Vamos; hablemos de otra cosa. No entristezcan mis últimos que están muy sabrosos.

Luego de repetirles que no se afligieran, y consolarles él, que más consuelo necesitaba: — En lugar de llorar, encomiéndenme á Dios, les dijo, y vamos á rezar juntos, á la Virgen y mi Patrona del Carmen.

Hincados, padre, madre é hijos ante la ennegrecida imagen de San Santiago, no le pedía un blanco caballo sobre el que se le representa, más ligero que el pampero, para salvar de un galope hasta más allá del confín de una tierra en que se colgaban de los algarrobales á sus valientes defensores, sino que se encomendaba al Santo de su pueblo, salvara su alma pecadora.

Y un poco más tranquilo, después de pedir el auxilio del cielo:

— Se me ocurre una cosa, — agregó mirando al Santo, como si de él viniera la inspiración, — yo no puedo faltar á mi palabra, pero si mi Dios me protege y no debo morir todavía, oye bien lo que te voy á decir, mi hijo. Mañana bien temprano, vos, Perico, que eres más gauchito, te vas en el