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nidada, á galope tendido salió un felón de los que pastoreaban sin resultado á la irresistible semiviuda.

Vuelto á caer, por segunda vez fué condenado á muerte. Lo más granado de la sociedad de Santiago se desgranaba en pedidos, comisiones y empeños. Señoras de familias tan principales cual las de Navarro, Rueda, Iznardy, Santillán, Achával, Iramain, Ibarra, Alcorta, Gondra, Carranza, Taboada, Olaechea, Gallo, Gorostiaga, Vieyra, Frías, Orgaz, Lascano y Unzaga, volvían desairadas.

— De esta no escapa el desgraciado, — murmuraban sus amigos. No hay ya esperanza de salvarse, ni en malacara ó plateado tan ligero como el del apóstol de España.

Habían apartado de los alrededores todo animal de cuatro patas, excepto el que tal parecía, ordenando la bárbara ejecución del veterano de la Ciudadela. El último caballo que partió á escape fué el propio que á la Estancia del vecino más influyente, despacharan en su busca, tentando el postrer empeño.

— ¡Pero, Coronel, — decía éste; — no es el modo de atraerse popularidad, ni es posible fusilar á este soldado de injusta sentencia, por demás prescripta. Usted no debe recibir lecciones de humanidad de un infeliz paisano que ofreció su