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esos santulones que se andan comiendo los santos, sin producir cosa buena.

— Vamos por partes, vecino — replicaba con parsimonia don Ramoncito el petizo — pues si destaramos cuentas, no suman los de ustedes más santos que nosotros. Toribio, el de la esquina, vino de España arzobispo y santo, como Solano. Este predicador del Alto Perú, tanto de ustedes como de nosotros resulta, pues más evangelizó en la vasta región argentina, y en cuanto á la señorita de Flores (Isabel) luego, Santa Rosa de Lima, si los hijos de esta América, siempre gaInntes (que de hidalgos españoles viene), la proclamaron patrona por bonita, recuerde la exclamación del pontífice Máximo Clemente IX: «¡Limeña y santa, preciso será lluevan rosas!»

— ¡Y rosas llovieron! — contestó el perulero.

— ¡Pásemelas para olerías, que también entre nosotros murieron en olor de santidad el beato Bolaños, brazo derecho de San Francisco Solano; el mártir en Yapeyú, jesuita González, que asactado y cortada la cabeza, al quemarle, refulgía sin derretirse entre llamas, la santa imagen de la Asunción (plata maciza), que de su pecho no se apartaba, desde que de la capital del Paraguay salió á predicar entre las riberas del Uruguay, Santos eran también...

En esto entró nuestro padrino de pila, don