¡Cuántas veces una esperanza á tiempo es el mejor confortativo!
Admirando en nuestra última visita á la Casa de Ejercicios el precioso Altar de la Virreyna, se nos refirió este origen de su procedencia. En otra de sus matinales incursiones, paró frente á la iglesia de la Piedad. Compungido y lloroso, todo cubierto por el polvo del camino, hincado y rezando en la misma puerta sin umbral, donde ella se arrodilló á la entrada á esta ciudad, tropezó con un anciano, en ferviente oración. Sorprendido éste por el bondadoso acento que cual brisa acariciadora trajera á su oido estas palabras, llenas de suavidad y dulzura: «No se aflija, hermano, vaya con Dios, que El y mi Manuelito han de sacar con bien al inocente. Confíe en éste (señalando el nicho del Niño-Dios, que todos los sábados paseaba limosneando). Me voy á poner á rezar por usted».
Nada menos era un virrey destituído que del Perú venía, citado á juicio de residencia ante la corte de Madrid. La justicia tarda, pero al fin triunfa, y ese pariente de San Francisco, don Manuel Márquez de Guirior, que resultó más limpio que patena, virrey de Granada y del Perú, calumniado por el inícuo Areche, visitador de real hacienda, aunque inocente, no pudo regresar á Lima, que á los más fuertes quebrantan sinsabores.