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correntinos en todo tiempo, tan entusiastas y decididos por toda noble causa.

La solemne procesión continuaba su marcha. Banda militar á la cabeza de la columna, tras ella la cruz entre altos cirios y filas de escueleros á uno y otro costado, formando calle sobre verde tapiz de fragante hinojo esparcido. El pendón de la Hermandad del Carmen delante las andas de la Virgen, precedida de otra pequeña orquesta de flautas, violines y triangulito.

Detrás el prelado, acompañamiento de curas y hermandades, sobresalía el jefe de la Escuadra Imperial fondeada en ese puerto de San Juan de Vera de las siete corrientes, vicealmirante Barrozo, y su brillante estado mayor, que no solamente los brasileros se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.

Al detenerse un momento el numeroso gentío en la primera bocacalle de la plaza, habló este jefe al ayudante Saldanha da Gama y adelantándose con otros tres ayudantes cargaron las andas ¡y adelante con los faroles!

Entre niños que cantaban, multitud devota lagrimeando de emoción, y ancianos rezando en voz alta, más curiosos que contritos, un grupo de oficiales argentinos recién llegados del inmediato campamento de Ensenaditas, cerraba la marcha.

No sólo el pobrerío agrupábase en encontrones