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porteños no son aquí tenidos muy en olor de santidad. Hasta de buena política sería imitaran á los brasileros en el respecto y acatamiento que muestran por las costumbres de este vecindario.»

Asintieron algunos á sermoncito tan edificante, tolerándole otros encogiéndose de hombros como sordos de ese oido, y en grupo que caminaba con el doctor Alcorta (Amancio), cuchichearon otros indecisos.

Acompañaba éste á nuestro almirante Murature, de quien era secretario, rodeado de Py, Neves, Howard, Sívori, Ramírez, Erasmo Obligado, marinos y marineros. Al lado del gobernador Lagraña, su ministro doctor Benítez.

Lo recordamos con gratitud. En aquella ocasión encontramos uno de esos raros y sinceros amigos, que hallados por suerte en el camino de la vida perduran por toda ella. Enérgico, entusiasta y afectuoso se nos acercaba con el corazón y los brazos abiertos, que después de cuarenta años cerráronse sólo cuando cayeron en el sepulcro.

Sonriente y bondadoso, Félix Amadeo Benítez si un tantico incrédulo, leal y complaciente, cuando Campos, devoto como los generales de su raza, dijo: ¡Vamos, compañeros!» decidiendo á todos, y al concluir de dar vuelta la plaza, las andas de la Virgen, regresaban en hombros