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calumnia. No obstante salir absuelto de culpa y cargo, desconocíanse sus prerrogativas de Patrono y fundador. Abatido, pero no vencido, cuando se le cerraba la institución á que consagrara tanto tiempo, dinero y paciencia, nuevo pleito siguió, aunque á la larga llegó el día de su triunfo!

Cierta mañana, pasando por esa misma iglesia de San Miguel, desfigurado por los sufrimientos, á oir alcanzó la murmuración de dos beatas, saliendo de comulgar, al no serles contestado el saludo por el buen mozo que pasaba.

— Pero has visto, mujer¡ — chismografiaba una á la otra, — ¿qué tieso se ha puesto el sobrino del encarcelado, desde que salió el tío de chirona, purgados sus gatuperios?

Quebrantado por la pesadumbre, desde ese día cayó en cama el benefactor, pues hasta en el umbral de la iglesia tropezaba con la calumnia. ¡Cuán cierto que de la calumnia algo queda! Siempre hay oídos más abiertos para el mal del prójimo que para la justificación del inocente.

Hay quien exclama: «Ande yo caliente, aunque se reía la gente». El abuelo setentón, á quien oí cuando niño muchas de las consejas que hoy transmito á mis nietos, enseñaba lo contrario. Notando al cruzar la Plaza de la Victoria la desaparición de la torre del Cabildo, al pie de la pirámide de Mayo exclamó apesadumbrado: «Si