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imán irresistible, le atraían allí donde flameaba.

Llegó en cierta ocasión el General Paz á preguntarle «qué hora tenía» y como le viera sacar un viejo tacho de plata, gemelo sin duda del que señalaba la hora que le conocí, se fingió prendido de tan bella prenda.

Aunque desde el primer momento se lo ofreció con toda espontaneidad, el General Paz le dijo, que bien lo necesitaba; pero que sólo le admitiría, aceptando por él las seis onzas que en su mano puso.

— Pero esto es tres veces más de su valor, contestó el Doctor.

—Tres veces más de su valor intrínseco tiene este recuerdo de familia — replicó el General — pues, como usted dice, ha señalado la hora de su casamiento, de su destierro y tantas horas solemnes en su vida.

Y disimulando así el medio indirecto de hacerle aceptar algún socorro en su necesidad que era extrema, contaba después muy satisfecho el General cordobés, cómo le había buscado la vuelta á la austeridad del Abogado porteño.

Tan raro el General como el Doctor, no siempre hicieron buenas migas desde el primer día, pues en algún chiste de campamento llegó runrún, que bien podía haber sido mandado por la