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En las primeras horas de la mañana, la concurrencia era toda de marinos. Alrededor de lustrosas mesitas, yendo ó viniendo de á bordo, entre dos sorbos del fragante café y mucho humo, conversaron y discutieron largos años: los tenientes Ballesteros, Rodríguez, el mayor Seguí, ó Zacarías Pereyra y su inseparable infortunado Massini, cuando de un poco más distante del Japón arribaron; Don Pedro el Cruel (capitán Carreras), Pedraja, Cabal, Jorge, Folly Brown, Türner el rubio, y el rubicundo capitán Badía, Morris que salvó el vapor «Buenos Aires» y Constantino Jorge el griego que perdió los dedos de una mano por defender á Murature en el drama de traición, herido el padre sobre el cadáver del hijo; Marzano y Marzanito, Py, Neves, Fidanza, el Comandante Somellera y hasta el Capitán del Puerto alguna vez, Coronel don Francisco Seguí (el vencedor en Juncal), Sinclair, que alcanzó su centenario, Murature y su suegro Galeano, viejos y jóvenes, marinos de ese barrio de la Marina, que en cuanto desembarcaban, era por su devoción la primera parroquia donde oficiaban.

Aunque no con tanta frecuencia, solía encontrarse en la mesa de entrada, un grupo que casi llegó á ser grupo histórico. Cuando de su rancho de Belgrano llegaba el corneta de Ayacucho, a echar su cuarto á espaldas con el antiguo grumete