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de «La Argentina», copita de coñac en medio, sesentones ambos, Obregoso y Manrique, en continua disputa, sobre quien había hecho resonar más la trompeta de la Fama, ó conducido más allá el pabellón de la Patria. Verdad que este último, le hizo flamear sobre todos los mares, en la nave que el Comandante Buchardo condujo al Mar Índico, y Obregoso, mellado tenía el labio de tanto tocar á la carga en el Regimiento de Granaderos que por habitud, á degüello le salía últimamente cualquier toque. Tras la inacabable narración de sus hazañas, sobre quien obtuvo más heridas y medallas, apéndice infaltable tenía el último sorbo de café, si el de Yungas del panteón que él bebió al pie de la planta donde en Bolivia florece, desde antes de nacer Bolivia — según la frase del Mayor Obregoso — ó el te de Honkong que sin azúcar le brindaron al Teniente Manrique, antes, mucho antes de ser Teniente, en tacitas tan minúsculas como las que en Arabia mascan el moka. A cortar el diálogo solía pasar don Manuel Pedro de la Peña, despidiéndose de este par de porfiados patriotas, repitiendo: «Digan lo que quieran, no hay mejor te que el del Paraguay, bebido á la sombra del yerbal. Ya lo probarán ustedes si llegan á mi tierra».

Llegaron y ocasión de ello hubieron, pues que estos dos meritorios servidores de la patria,