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que en su prolongada vida abarcaron la primera batalla por su independencia, siguieron íntimos camaradas de campamento en la guerra de los cinco años.



III

En horas centrales la concurrencia raleaba un poco, pero luego, ya antes de caer la tarde, empezaban á llegar los infaltables comentando las nuevas del día. Cansados unos en las tres vueltas del largo muelle, obligado paseo digestivo, detenidos otros por el fresco de la oración, sobre los bancos y poyitos de mampostería en los que bajo añosos ombúes en la alameda, encocoraban discusiones trascendentales á vecinos tan graves como los señores Escalada y Llambí, sobre si don Felipe Senillosa ó don Felipe Arana habían pasado la cuchara de plata á Manuelita Rozas en la inauguración de la muralla del Paseo de Julio, ó si era de ese Café de la Amistad que salieron marinos ingleses bamboleando entre San Juan y Mendoza, gritando un ¡Viva Rozas! al divisar á éste, embarrándose entre sus soldados bajo la lluvia torrencial (9 de Julio de 1851) durante la última parada.

Por mucho tiempo fueron asiduos Balbín, Aramburu, Molino Torres, Quintana. Callejas,