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puertas y ventanas, balcones y azoteas, y multitud de muchachos colgados de árboles y faroles, aumentaban con bullicio ensordecedor el de las bandas, cohetes y petardos.

No menos de treinta mil espectadores, — se calculó, tercera parte de la población de la ciudad, — cuyo número duplicábase á lo largo de la vía hasta la Floresta, por uno y otro costado. A pie, á caballo, en carruaje, en carreta, carro, carretilla, castillo de cañas, y en toda clase de vehículos, el pacífico ejército formado en línea de dos leguas, saludaba con aclamaciones, pañuelos y sombreros, la primera locomotora que adornada de flores y banderas, corría á triunfar del desierto, flameando al viento su estandarte de humo y llamas.

En el centro de la plaza se alzaba improvisado altar, entre altos mástiles revestidos de los colores patrios, y cargado de guirnaldas, escudos y gallardetes de todas las naciones, anunciaban la fiesta del progreso y de la fraternidad.

Concluido el Tedéum, con majestuoso paso adelantóse el Ilustrísimo señor Escalada, á tiempo que coronada de flores, acercábanse lentamente al altar La Porteña y La Argentina (primeras locomotoras) para esparcir sobre ellas el agua bautismal, bendiciendo tan venerable prelado la vía, la locomotora y el tren.